Un año ya desde que Siria cayó en manos de Al-Qaeda y se insertó en la reconfiguración de Oriente Medio. Analizamos algunos aspectos que suelen quedar fuera:
El 8 de diciembre de 2024 Bashar al-Assad y su familia, tras décadas en el poder, llegaron a Rusia tras abandonar Damasco. Unos días antes, el 27 de noviembre, Hezbolá aceptó un alto el fuego con Israel (declaración de derrota de la milicia libanesa) y buscó, sin éxito, sostener al régimen en Siria. Esto, como vimos, siempre fue una consecuencia no buscada en la guerra contra Hezbolá e Irán.
Entendamos también el contexto más allá de la guerra espadas de hierro: con Israel se sostiene (veremos por cuánto) un estatus de guerra desde 1948, pero que ninguno del clan Assad intentó trasgredir tras el alto el fuego de 1974. El propio Bashar se abstuvo de intervenir directamente contra Israel desde el inicio de la guerra en 2023.
Sin embargo, la clave a partir de 2015 estuvo en la relación con Rusia e Irán: la intervención de Moscú (después de una coordinación con la Guardia Revolucionaria) salvó a Damasco de ser tomada por los grupos rebeldes y posicionó al Kremlin como una garantía de los intereses rusos en Siria. La guerra en Siria significó el estallido de todas las divisiones existentes.
El factor de las guerras identitarias dentro de Siria empiezan a cambiar el escenario a partir de entonces: Irán y Hezbolá, inmersos en una guerra civil árabe-musulmana en territorio sirio, tenían intereses muy distintos a los de Rusia que comenzaba a considerar que era casi imposible sostener un régimen que, tarde o temprano colapsaría. Para Irán, Siria era parte del eje de la resistencia y una pieza clave.
Con Al-Assad fuera del poder, Siria dejó de ser el conector terrestre hacia el armamentismo de Hezbolá (Irán lo financiaba abiertamente vía Bagdad y Damasco) y desintegró a sus representantes locales como en Líbano o Irak. Otra vez, la caída de Siria fue el último clavo del cajón para un Hezbolá diezmado por la guerra (operación beepers y eliminación de la cúpula en manos de Israel) y además “cercado” en lo interno y también en lo externo.
Estos puntos relativos a la guerra identitaria no se limitan solo a Siria, sino también a Líbano donde todavía hoy los partidos cristianos buscan revancha de aquellos sirios que, entre 1990 y 2005, usaron la ocupación dentro del territorio libanés para bombardear ciudades cristianas. En el Oriente Medio usualmente los peores costos de la guerra se lo llevan las minorías étnicas, religiosas y políticas. Veremos cómo se relacionan con el nuevo régimen de Al Sharaa (hace algunos meses los cristianos y alauitas fueron masacrados en Siria).
Cierro. Recuerdo la inmediata reacción de Jerusalén al destruir el remanente militar del ejército sirio que estaba en retirada. Tendríamos que tender a pensar en lo que hubiera significado que los grupos rebeldes (ramificaciones de Al-Qaeda y el Estado Islámico) se hubieran hecho con el control de armamento pesado y, algo muchísimo peor, las armas químicas.
@J__Benavides