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Monday, December 22, 2025
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    Cuando el enemigo controla el mar, la guerra ya comenzó

    “El supremo arte de la guerra consiste
    en someter al enemigo sin luchar.”
    Sun Tzu

    En la guerra, el momento más peligroso no es el del primer disparo, sino aquel en el que una de las partes deja de decidir el ritmo del conflicto. Sun Tzu advirtió que la derrota comienza mucho antes de que los ejércitos choquen: empieza cuando el adversario escoge el terreno, el tiempo y la secuencia de los movimientos. Eso es exactamente lo que está ocurriendo hoy en el Caribe.

    El reciente discurso del ministro de Defensa de Venezuela, Vladimir Padrino López, no fue una proclama de fuerza. Fue una señal. Y en estrategia, las señales importan más que las consignas.

    El lenguaje del que resiste, no del que avanza.

    Durante casi veinte minutos, el Alto Mando Militar venezolano habló de Bolívar, de justicia histórica, de imperios y de dignidad. Pero no habló de acciones. No hubo respuestas anunciadas. No se describen capacidades. No delimitaron líneas rojas. Ese silencio operativo es, en sí mismo, un mensaje.

    Sun Tzu fue claro: cuando un general eleva la retórica y reduce el movimiento, es porque el costo de actuar se ha vuelto prohibitivo. El discurso de Padrino López pertenece a esa categoría. No prepare una ofensiva. Intente contener una pérdida.

    El elemento más revelador no fue la acusación contra Estados Unidos, ni la denuncia del “bloque naval”, sino la insistencia obsesiva en una sola idea: “Esto es por petróleo”. Al reducir un conflicto complejo —elecciones, sanciones, crimen transnacional, legitimidad— a un único recurso estratégico, el régimen venezolano no simplifica por claridad, sino por necesidad. Es la mente de quien ya no puede manejar múltiples frentes.

    Cuando el mar deja de ser neutral

    En la tradición estratégica, el control del mar no es un acto simbólico; es un acto fundacional. Atenas cayó cuando perdió sus rutas marítimas. Napoleón fue derrotado en Trafalgar antes de ser vencido en Waterloo. Privar al enemigo de movilidad equivale a privarlo de voluntad.

    Lo que ocurre hoy no es una invasión ni un bombardeo. Es algo más eficaz: la administración del espacio. La interdicción selectiva de buques, la presión sobre aseguradoras, la incertidumbre logística. No hay cañones visibles, pero el efecto es real. El comercio se ralentiza, el riesgo se encarece, las decisiones se postergan.

    Cuando un Estado empieza a invocar con desesperación el derecho internacional es porque ya no puede imponer hechos. En términos estratégicos, eso significa que el control del entorno ha cambiado de manos.

    El error de nombrar la fase

    Uno de los principios en el Arte de la Guerra es que quien anuncia el cambio de fase suele no ser quien lo controla. Al afirmar que “ya no se trata de sanciones, sino de fuerza”, el liderazgo militar venezolano reconoce algo crucial: el conflicto ha escalado, pero no por decisión propia.

    Ese reconocimiento es costoso. Transforma una narrativa de resistencia en una admisión de vulnerabilidad. También revela una verdad incómoda: el margen de maniobra se ha reducido tanto que la única respuesta posible es simbólica.

    No es casual que el discurso esté dirigido tanto hacia adentro como hacia afuera. Las referencias a la “lealtad”, a los “traidores”, a la “fusión popular-militar” no son gestos de confianza. Son mecanismos de cierre. En estrategia, eso indica temor a la fragmentación interna más que disposición al enfrentamiento externo.

    La guerra que no necesita batalla

    El adversario no necesita atacar si puede obligar al otro a inmovilizarse. No necesita ocupar territorio si controla los flujos. No necesita derrotar al ejército si logra que el general hable de epopeyas en lugar de maniobras.

    Llamar “victoria” a la revelación de una agresión no es un acto de fortaleza, sino de adaptación psicológica. Es el lenguaje de quien intenta transformar una pérdida material en una ganancia moral. Eso puede funcionar por un tiempo. Pero no cambia la geometría del conflicto.

    En la guerra —y en la política internacional— no vence quien grita más fuerte, sino quien obliga al otro a reaccionar. Hoy Venezuela reacciona. Washington marca el ritmo.

    El desenlace silencioso

    Los ejércitos derrotados primero buscan la victoria y luego van a la guerra; los ejércitos derrotados van a la guerra primero y luego buscan la victoria. En el Caribe actual, la guerra ya está en marcha, pero no como la imaginan los discursos.

    No habrá un momento dramático. No habrá una foto icónica. Habrá, en cambio, desgaste, encarecimiento, aislamiento operativo y presión acumulativa. La guerra más efectiva es la que no se anuncia. La derrota más profunda es la que se administra lentamente.

    Cuando el narcorrégimen necesita declarar victoria para explicar por qué ha perdido el control del mar, ya ocurrió la batalla decisiva. Y no fue naval. Fue estratégico.