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Wednesday, December 24, 2025
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    Gestionar y dimitir

    La gestión de los asuntos públicos se contamina asiduamente a causa de las continuas escaramuzas de la lucha política. Unas veces son unos partidos políticos los que delatan comportamientos indebidos o episodios de corrupción, otras son los adversarios ideológicos los que ponen sobre el tapete actuaciones arteras o filtraciones parciales de hechos punibles, o simplemente escandalosos, que consolidan ante la opinión pública una visión negativa de la opción política rival.

    Un buen ejemplo podemos observarlo del desarrollo del episodio del cierre del gobierno en Estados Unidos, que no por conocido deja de ser motivo de preocupación, de sufrimiento y malestar para millones de personas, en su mayoría empleados públicos. Finalmente, después de 43 días de cierre, se ha llegado a un acuerdo parcial que permite el funcionamiento habitual de las instituciones, sin que los demócratas hayan logrado el mantenimiento de las medidas en relación con la salud, imprescindibles para millones de ciudadanos. El final del cierre permite, no obstante, reactivar la ayuda alimentaria, pagar cientos de millas de empleados públicos y recuperar el sistema de control aéreo que había causado importantes retrasos en las últimas semanas.

    Es un acuerdo para terminar con el cierre del gobierno, por parte de seis senadores demócratas, aunque la mayoría de los senadores demócratas sigue votando en contra. Entonces, durante el fin de semana, un grupo de demócratas del Senado rompió filas y negoció un acuerdo para poner fin al cierre a cambio de —si somos sinceros— muy poco. (Ezra Klein, 2025).

    La gestión de los asuntos públicos conlleva igualmente la asunción de la responsabilidad, cuando se erra o cuando la sucesión de hechos negativos por errores cometidos, de forma voluntaria o involuntaria, exige ante la opinión pública la dimisión. Es relativamente difícil aceptar para el personaje público el error en su comportamiento, porque siempre existen corifeos, interesados ​​en la permanencia en sus cargos o responsabilidades, que jalean al responsable e intentan convencerle de que en realidad se trata de ataques de los adversarios. No obstante, hay supuestos donde la realidad se impone y el líder ha de arrojar la toalla. Lo puede hacer de forma elegante reconociendo su error o de forma rastrera, resistiendo inútilmente y pensando que el paso del tiempo solucionará la mala opinión de los ciudadanos. Pero para lograr esta última opción debe estar en. posesión de todos los datos exculpatorios y su actuación ha de ser transparente. El caso del presidente de la Generalitat Valenciana, en España, ha sido una muestra de comportamiento incapaz durante la gestión de la Dana, que ocasionó 229 muertos y de resistencia numantina, hasta la dimisión, que pedían de forma constante los familiares de los fallecidos durante las inundaciones de octubre de 2024. Un año después ha dimitido.

    Cuando se yerra de forma clamorosa y no se logra explicar las razones del comportamiento, la dimisión debe ser inmediata. En caso contrario, no se logra más que aplazar la cuestión, perjudicando la opción política de pertenencia, pues las explicaciones no convencerán a los ciudadanos. Retrasar la decisión tiene un costo personal evidente y un costo político que repercute sobre la opción política, además de generar en las instituciones un peso que frecuentemente impide avanzar en los asuntos que realmente interesan a los ciudadanos. La clase política sale además perjudicada porque los ciudadanos están tentados de pensar que la dignidad no existe para estas personas al frente de las instituciones.

    La dimisión puede generarse de forma caballerosa, reconociendo los errores o, por el contrario, culpando a las demás opciones políticas, o niveles de gobierno, de forma que el asombro ciudadano se multiplique, pues los errores tienen sus protagonistas que con frecuencia no son los adversarios, sino los protagonistas.

    La conclusión es que la atención se traslada a aspectos laterales de la vida en sociedad olvidando los reales intereses y preocupaciones del ciudadano que, lamentablemente, se aleja de sus representantes.

    En esta época en que el desprestigio de las actuaciones políticas recorre todos los países del mundo occidental, como muestra el ascenso de la extrema derecha en todos ellos, y que utiliza las redes sociales de forma especialmente eficaz, conviene un comportamiento ético por parte de los responsables. En caso contrario, la distancia entre ciudadanos y políticos aumentará aún más y la desconfianza alcanzará cotas más elevadas.

    @fjvelazquez.bsky.social