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Wednesday, December 24, 2025
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    El Nacional en los difíciles tiempos de Pérez Jiménez

    HENRIQUE OTERO VIZCARRONDO | PANCHO GRAELLSNueve crónicas reúne Historias de vida en tinta y papel. Historias y gente del periodismo venezolano (2025), del periodista Evaristo Marín (1935), Premio Nacional de Periodismo 1986. Marín, quien tiene una extensa trayectoria como autor de reportajes y crónicas, reside actualmente en Estados Unidos

    Por EVARISTO MARÍN

    Desde 1943, cuando entró en circulación como diario de la mañana, El Nacional siempre fue un periódico de notable influencia en todo el ámbito geográfico del estado Anzoátegui. Sus noticias y grandes reportajes de la región, lograrán llevarlos muy pronto al favoritismo de millares de lectores.

    Su propietario fundador, Henrique Otero Vizcarrondo, casado con una de las hermanas Silva Rísquez, fue en Barcelona dueño del acueducto y de la primera planta eléctrica y El Nacional desde sus comienzos destacó a la región corresponsales y reporteros de alto perfil. La vida social y deportiva, cultural y económica de la región estuvo presente en sus páginas desde la primera edición.

    Augusto Hernández y yo tuvimos en Barcelona antecesores de la talla de Alfredo Armas Alfonzo —autor de las primeras noticias, en su joven época de empleado del correo, en 1943—, Pedro Francisco Lizardo, Germán Carías Sisco, Omar Pérez, Julián Montes de Oca, Oscar Pulgar, Francisco Guerrero Pulido, Federico Pacheco Soublette, Juan Quijano, Dominguito Pérez, Héctor Sandoval, Arturo Bottaro, César Pagés, Oscar Lovera, Absalón J. Bracho, José Luis Mendoza y Alberto Jordán Hernández. Algunos de ellos ocuparon cargos de jerarquía en la Redacción. Omar Pérez, Guerrero Pulido, Germán Carías Sisco, Pacheco Soublette, José Luis Mendoza, fueron en distintas épocas, jefes de información. En tiempo de Corresponsal, en 1950, Germán Carías adquirió gran celebridad con su serie de reportajes “Yo también fui recluso de El Dorado”. Enflaquecido y muy barbudo, tras ser fichado como un delincuente común, por orden del Ministerio de Relaciones Interiores y la autorización expresa de la dirección carcelaria de El Dorado, el joven reportero policial de El Nacional Logró convivir por una semana como un preso más, entre vagos, maleantes y peligrosos hampones y criminales en el penal selvático de Guayana, para escribir esa serie de reportajes. El impacto de sus narraciones, agotaron por varios días las ediciones del periódico. Nunca antes ningún otro reportero había expuesto su vida de esa manera. Hasta que se puso al descubierto su presencia al ser reconocido por Luis Yrureta —un estafador apresado y enviado a El Dorado, desde Barcelona— Carías logró entrevistar a peligrosos delincuentes y conocer por propia experiencia la severidad de los castigos a que eran sometidos los prisioneros. Esa hazaña periodística por poco le cuesta la vida. Cuando un preso le dijo que Yrureta lo tenía identificado y tramaba una conspiración para asesinarlo, Carías se vio forzado a pedir la protección de las autoridades del penal ya dar por concluida su permanencia en El Dorado, antes de lo previsto, para ponerse a salvo.

    Durante su desempeño como nuestro jefe en el Departamento de Provincia, Francisco Guerrero Pulido, a quien en la Redacción todos conocían como “El Gocho Guerrero”, siempre nos hablaba de las amenazas y frecuentes detenciones que sufrieron los periodistas de El Nacional Durante los duros tiempos de censura de prensa y persecuciones políticas que caracterizaron a la tiranía militar de Marcos Pérez Jiménez. Guerrero Pulido, quien alcanzó mucha notoriedad como Corresponsal en Maracaibo y Barcelona, ​​se ufanaba de su habilitad para hacer amigos en la Seguridad Nacional de Pedro Estrada. Esa era una gran opción para tratar de atenuar la hostilidad del régimen contra El Nacional y sus periodistas. Aquellos fueron años bien difíciles para el ejercicio del periodismo. El “Gocho Guerrero “siempre recordaba que en 1951, cuando se desempeñaba como Corresponsal en Barcelona y el país era gobernado por la Junta de Gobierno presidida por Germán Suárez Flamerich e integrada por los tenientes coroneles Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, tras el asesinato del presidente de la Junta Militar teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, en 1950. Estaban convocadas las elecciones de 1952 para elegir diputados a una Asamblea Nacional Constituyente, con AD y el Partido Comunista clausurados y sus dirigentes perseguidos. URD y Copei y otras organizaciones, estaban legales, sin actividad proselitista y de propaganda partidista notable. Cualquier eventual comunicado de prensa de las organizaciones políticas legales, debería pasar por la censura, si se pretendía publicar en la prensa. Para eludir esas restricciones, los partidos se valían de la impresión de hojas volantes para dirigirse a sus militancias.

    En 1951, la noticia política era prácticamente inexistente, por lo que el Corresponsal estaba obligado a poner especial empeño en el reportaje histórico, anecdótico, costumbrista —casi siempre con entrevistas a personajes regionales— y basaba su labor periodística, principalmente, en la noticia policial. El suceso era la gran alternativa de trabajo. “El Gocho” relataba que entre los grandes sucesos regionales que le tocó cubrir para El Nacional está el brutal asesinato de un chofer dedicado al transporte de pasajeros desde El Tigre hacia regiones cercanas, “…un negro trinitario, alto, corpulento, contrató en Ciudad Bolívar los servicios de Pablito Hernández y luego de darle muerte, en la vieja carretera de Soledad a El Tigre, se vino con el carro y el cadáver dentro del maletero hasta Puerto La Cruz. Con la mayor sangre fría, el criminal se metió a ver una película en el cine Bolívar, cerca del paseo Colón y al salir vio a unos perros Olfateando el baúl del vehículo. Entonces recordé que le faltaba enterrarlo. Eso fue lo que hizo esa misma noche en la solitaria playa de Los Boqueticos”.

    Andino de San Cristóbal, ciudad en la cual hizo sus primeras incursiones periodísticas en los comienzos de El Nacionalantes de ser transferido a Maracaibo, cuando se compatible como corresponsal en Barcelona, ​​Guerrero Pulido se las ingeniaba para procurar una forzosa cordialidad y acercamiento con Miguel Silvio Sanz, el tenebroso y temido jefe de la brigada política de la SN y con todos aquellos funcionarios claves del régimen. Eso, sin olvidar su condición y responsabilidad como periodista. “Miguel Silvio sabía que yo era adversario del régimen. Obviamente, yo tampoco podía desconocer, ni olvidar, que aquel brutal policía, con quien yo, algunas tardes, echaba mis partidas de dominó, era un bestial torturador”. Guerrero calificaba como un período bien negro para el periodismo y en especial para El Nacionalel que se vivió en la dictadura militar de Pérez Jiménez.

    Cabe decir por lo demás que, en lo personal, el “Gocho” Guerrero tenía un gran don para hacer amistades. En cada lugar dejaron muchos amigos —y también muchas novias— por lo que el anecdotario de sus andanzas como corresponsal en San Cristóbal, Maracaibo y Barcelona, ​​fue algo que, a los jóvenes periodistas como yo, formados alrededor de sus enseñanzas, nos parecían colosalmente admirables.

    Guerrero Pulido llegó a ser jefe de información de El Nacional y de la sección de provincia, desde la cual El Nacionala través de sus corresponsales, abrió una gran vinculación con todo el interior del país, desde su fundación, en 1943. En un momento dado, el diario de los Otero llegó a tener una red de 37 corresponsales en toda la geografía nacional. Todo un récord en la historia del periodismo venezolano contemporáneo.

    Guerrero siempre ponía mucho afán en recordar los muchos episodios ingratos que inevitablemente acompañaban en la dictadura. perezjimenistas al arriesgado oficio de corresponsal. Su violenta salida de Barcelona, ​​por orden expresa del gobernador Julio Santiago Azpúrua, fue uno de aquellos momentos bien escabrosos que a Guerrero Pulido le tocó vivir en el interior del país.

    “Gocho, la Policía tiene órdenes de detenerte. El gobernador te quiere sacar del Estado. Por lo tanto, te vas de una vez y recuerda esta vaina, yo no te he visto”, le dijo el Gordo Sanz, entre el humo de algún tabaco que a lo mejor ni habano era. Así tan imprevistamente como fue su llegada, fue la salida de Guerrero de Barcelona, ​​en aquel fatídico año 1951. Bastó, sencillamente, que se recogiera —en un breve despacho informativo de 20 líneas— que un comisionado del Ministerio de Relaciones Interiores hacía en Anzoátegui una evaluación del gasto oficial. Según la información que disponía Guerrero, se había puesto al descubierto un déficit. En ninguna parte se decía, ni siquiera se insinuaba, la responsabilidad directa de Azpúrua, pero el gobernador montó en furia y ordenó que al corresponsal de El Nacional lo apresaran y lo llevaran a su presencia en el termino de la distancia. A lo mejor quería insultarlo personalmente, antes de expulsarlo del Estado. De ese mal momento, por raro que parezca, lo salvó la pronta y muy oportuna intervención del jefe de la brigada política de la SN, Miguel Silvio Sanz.

    Con semejante procedimiento, están los demás preguntarse cómo era el desempeño de la función de corresponsal de prensa, en una región que además de mucha represión política (no se olviden que Puerto La Cruz siempre fue una zona petrolera convulsa, con una dirigencia clandestina comunista y de AD, muy activa) se caracterizaba por precarios servicios telefónicos —hablar y entenderse por larga distancia, era toda una proeza— y muy limitado transporte aéreo, marítimo y terrestre. Cabe agregar, a todo esto, que al Estado Anzoátegui siempre le nombraron Gobernadores civiles, pero que, al decir del propio Guerrero Pulido, “se comportaban con mayor despotismo y prepotencia que el peor de los militares”.

    Esa todavía era una época de infames vías de Barcelona hacia y desde Caracas. “Teníamos en oriente buenas carreteras petroleras, pero ir a Caracas por tierra era muy torturante”, enfatizó Guerrero Pulido. En el oriente del país, la industria petrolera construyó, desde el final de la década de los 30, centenares de kilómetros. Eso facilitó amplias las comunicaciones entre Monagas y Anzoátegui, pero, en 1951 todavía la única posibilidad de ir a Caracas, desde Barcelona y El Tigre, por vía terrestre, era la angosta y tortuosa carretera de Los Llanos, por Altagracia de Orituco y Zaraza, El Sombrero, Valle de La Pascua y San Juan de Los Morros. En muchos de esos tramos, hasta La Encrucijada de La Victoria en el Estado Aragua, como eje principal de distribución del tránsito de pasajeros entre el oriente y el centro y occidente del país. La del Llano era de todas las vías del país la peor. Pérez Jiménez y su administración se ufanaban de sus grandes edificaciones públicas en Caracas y los Estados centrales y andinos, pero en lo que respeta al oriente del país, con excepción de lo poco que lograron hacer los gobernadores Manuel José Arreaza en Barcelona y Heraclio Narváez Alfonzo en Nueva Esparta, era muy exiguo lo que se podía exhibir en cuanto a grandes obras públicas.

    Cuando se produjo la caída del gobierno de Pérez Jiménez, la Carretera de la Costa estaba aún inconclusa. Correspondió al gobierno del presidente Rómulo Betancourt concluirla, en 1960. Hasta ese año, el transporte de El Nacional y de los demás periódicos de Caracas hacia el oriente del país se hacía por vía aérea.

    En 1951, cuando Guerrero Pulido, tras una experiencia de más de casi siete años en el Táchira y el Zulia fue enviado a Barcelona, ​​Avensa y Aeropostal tenían sólo dos vuelos diarios entre la capital de Anzoátegui y Maiquetía. Al avión DC3 de Avensa, lo llamaban popularmente “El Lechero”. Sus motores, una hélice, despertaban a los barceloneses antes de las seis de la mañana, en una larga ruta que se prolongaba hasta Porlamar, Carúpano, Maturín y solo dos veces por semana hasta Güiria, Barrancas del Orinoco y Tucupita.

    “Generalmente, uno escribía por las tardes. Luego, a la mañana siguiente complementaba el sobre con las noticias de última hora y se iba al aeropuerto, en busca de un pasajero a migo”, solía recordar Guerrero Pulido, con su proverbial acento andino. Ni siquiera se hablaba, por entonces, del servicio aeroexpreso de encomiendas. “Eso ocurrió mucho después”. La alternativa para los acontecimientos de última hora era el telégrafo. Transferir noticias por teléfono era muy angustioso. En esos casos, había que ir a Puerto La Cruz (allí funcionó en un comienzo la única caseta de larga distancia).

    A partir de 1960, el servicio telefónico mejoró notablemente, pero el télex primero y las transmisiones por vía digital (Internet) llegaron muy posteriormente, por lo que la presencia de los corresponsales de prensa, sobre en mano —en busca de algún viajero amigo— para enviar las noticias hasta la Redacción en Caracas o en todo caso, hasta las oficinas de Aeropostal o Avensa en Maiquetía, fue algo que se prolongó por más de cuatro décadas, a partir de la fundación de El Nacional en 1943.

    Guerrero Pulido enfatizaba en despachos informativos y reportajes, en las frases cortas. Periodista con gran olfato para el suceso, era de esos que llevan al lector hasta el último párrafo, con un interés creciente sobre lo narrado. “Yo debo decir —me contaba— que las amenazas contra los periodistas, no provenían a veces únicamente del régimen de Pérez Jiménez y de sus funcionarios. Algunos hechos relacionados con el matuteo de licores y cigarrillos de Curazao, por el Lago de Maracaibo, le costaron al corresponsal Guillermo Tell Troconis, tres palizas de matones a sueldo.

    Los protagonistas de delitos, como siempre ha ocurrido, no aceptaron que se publicaran sus fechorías en las páginas de los periódicos.

    Con Guerrero Pulido, El Nacional Quería evitar que se repitiera una agresión similar a la padecida por Tell Troconis (los dos compartían el desempeño de la corresponsalía en Maracaibo, único en todo el país con dos periodistas) y es por esa causa que lo movilizaban a Barcelona, ​​en enero del año 1951, con Héctor Sandoval de reportero gráfico.

    “Julián Montes de Oca se cansó de estar en Barcelona y en la Navidad anterior se fue para Caracas. Con todo el disgusto que eso provocó en Alejandro Otero Silva, no volvió más. Él había sucedido a Germán Carías y apenas estuvo en Barcelona por unos tres meses. Me correspondió a mí reemplazarlo. Cuando pasé de Maracaibo a Barcelona, ​​tenía en mi haber como corresponsal, por lo menos, veinte citaciones y detenciones a cargo de la Seguridad Nacional. Ser Corresponsal de El Nacional no era en esa época, tarea fácil. Uno vivía con el terror a cuestas”.

    “Por causa del incidente con Azpúrua en Barcelona, ​​fui enviado nuevamente a Maracaibo, esta vez como jefe de la corresponsalía y luego se produjo mi traslado a Caracas, donde me desempeñé primero como reportero, y luego llegué a ser jefe de Información y jefe del Departamento de Provincia, cargos que siempre se reservó Miguel Otero Silva para los periodistas de su mayor confianza”.

    Cuando ejerció como corresponsal, Puerto La Cruz vivió un gran momento de su auge petrolero. Se modernizaba el sistema de oleoducto y despacho, en sus muelles. La refinería de Vengreff —Venezuela Gulf Refining— tenía apenas un año en funcionamiento. “Tu veías al rompe, la contradicción existente. La capital del Estado, metida como en una ostra y Puerto La Cruz con un estallido poblacional y comercial permanente. Ya los norteamericanos petroleros tenían sus campos de golf, y Lechería, con su residencia oficial y sus urbanizaciones, iba concentrando cerca de la costa a la gente con mayor poder adquisitivo”. La residencia del médico Domingo Guzmán Lander, a la orilla de la Playa, en lo que ahora es Playa Lido, destacaba por su amplitud y gran corredor con vista al mar. La corta vía de acceso, pavimentada con concreto, fue una obra contratada al empresario Juan Vicente Michelangelli, propietario del Transporte Traven de Puerto La Cruz.

    El pronto esclarecimiento del asesinato del chofer Pablito Hernández, en la vía Soledad-El Tigre, fue uno de los grandes éxitos de investigación criminal que puede atribuirse a la Seguridad Nacional. Localizado el vehículo en Puerto La Cruz, un trabajo policial meticuloso llevó a la captura del trinitario asesino, en cuestión de pocas horas. Cuando se hizo la reconstrucción del crimen, los únicos periodistas presentes eran el corresponsal de El Nacional y su fotógrafo, Héctor Sandoval. La narración del hecho, con fotografías y testimonios del criminal, mostrando entre el arenal de aquella playa como abrió un hueco con sus gruesas manos para enterrar el cadáver, estudiado toda la última página.

    El asesino confesó haber simulado ganas de orinar y cuando Pablito Hernández se detuvo y se bajó del carro junto con él, lo atacó sorpresivamente y lo estranguló, en la orilla de la carretera solitaria, a unos 40 km de Soledad. Luego de matar al chofer, a quien había contratado para que lo trasladara a El Tigre en un viaje sin más pasajeros, metió el cadáver en el maletero y aceleró hacia Puerto La Cruz. Solo hizo una parada para surtir combustible, en la estación de Boca de Tigre, a poca distancia de la alcabala de la Guardia Nacional, en el Km 52. Ya anochecía cuando entró a Puerto La Cruz y fue entonces cuando tuvo la ocurrencia de metros al cine, en la calle Bolívar, luego de estacionar en sus inmediaciones el automóvil con el cadáver en el baúl del carro.