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Wednesday, December 24, 2025
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    La moneda más devaluada es la dignidad.

    Dólar en Venezuela: ¿cuánto en cerró en octubre?En Venezuela, el dólar dejó de ser una moneda para convertirse en una instancia moral. No se consulta: se obedece. No se discute: se cree. Cada mañana, millones de trabajadores no esperan una circular del Banco Central ni un boletín del Ministerio de Finanzas, sino la cifra informal que fija el “precio del dólar”. Esa cifra, que nadie eligió, pero todos acatan, deciden salarios reales, precios, contratos, expectativas y miedos. Así funciona hoy la economía venezolana: no como sistema productivo, sino como liturgia diaria.

    En diciembre de 2025, la brecha entre el tipo de cambio oficial y el paralelo se volvió a ampliar de manera significativa. Mientras el BCV mantiene un tipo de cambio administrado —sostenido por intervenciones cada vez más costosas y menos creíbles— el mercado informal marca un valor muy superior, con diferencias que en momentos superan el 40 o 50 %. No es un “desajuste técnico”: es una estructura estable del sistema.

    Desde una perspectiva materialista, al modo de Gustavo Bueno, esta brecha no es un error que deba corregirse con buena voluntad o mejores discursos. Es el resultado lógico de una economía políticamente intervenida, productivamente destruida y monetariamente subordinada. El bolívar no pierde valor por una conspiración psicológica: lo pierde porque no representa ya un sistema de producción capaz de sostenerlo.

    El chavismo insiste en tratar la brecha cambiaria como si fuera un fenómeno cultural o especulativo. Habla de “ataques”, de “manipulación”, de “portales malignos”. Pero la brecha existe porque el Estado fija un precio que no puede sostener sin dólares suficientes y porque esos dólares no provienen de una economía productiva, sino de rentas menguantes, endeudamiento opaco y maniobras de corto plazo.

    La diferencia entre apariencia ideológica y estructura material. Ideológicamente, el gobierno afirma que controla el tipo de cambio. Materialmente, quien lo controla es el mercado real donde se cruzan importadores, comerciantes, asalariados y consumidores. El dólar paralelo no manda porque sea ilegal; manda porque es efectivo.

    Para el trabajador, esta brecha no es una abstracción macroeconómica. Es la razón por la cual un aumento salarial anunciado con fanfarria se evapora en semanas. Es el mecanismo por el cual el salario mínimo oficial —calculado en bolívares— se convierte en una cifra simbólica, mientras el salario real se mide en dólares informales. El resultado es una fragmentación brutal de la clase trabajadora: unos cobran en divisas, otros en bolívares, otros en una mezcla arbitraria que cambia cada mes.

    El sindicalismo tradicional, atrapado en el lenguaje jurídico del salario nominal, ha sido incapaz de enfrentar esta realidad. Reclama contratos colectivos en una moneda que ya no organiza la vida económica. Mientras tanto, el precio del dólar actúa como un legislador invisible, más eficaz que cualquier decreto.

    El problema no es moral ni psicológico: es político-económico. La brecha cambiaria expresa la imposibilidad del Estado chavista de articular un sistema productivo nacional y, al mismo tiempo, de integrarse de forma racional al mercado internacional. Oscila entre el control y la liberalización sin asumir plenamente ninguno de los dos. El resultado es un híbrido disfuncional donde nadie planifica y todos sobreviven.

    En este contexto, el dólar funciona como una religión civil negativa. No promete salvación, pero impone disciplina. No ofrece futuro, pero organiza el presente. Cada comerciante ajusta precios, cada trabajador calcula su poder de compra, cada familia decide si come carne o no, en función de esa cifra diaria. El BCV puede emitir comunicados; el BOI puede publicar saldos; pero quien gobierna la economía cotidiana es la brecha.

    Para el movimiento sindical, comprender esto es crucial. No se trata solo de pedir aumentos, sino de entender qué moneda manda, qué estructura fija los precios y qué poder real tiene el Estado. Sin ese diagnóstico, toda la lucha salarial se convierte en un gesto vacío.

    La brecha cambiaria no es una anomalía pasajera. Es la forma normal de funcionamiento de una economía colapsada que se niega a reconocer su propio derrumbe. Mientras no se reconstruya un sistema productivo real y una institucionalidad monetaria creíble, el dólar seguirá decidiendo más que cualquier banco central. Y los trabajadores seguirán pagando el costo de esa fe impuesta.

    @humbertotweets