El comandante Estratégico Operacional de la FANB, Domingo Hernández Lárez | Foto: referencialLa autoridad de un comandante no se mide por la cantidad de civiles sometidos ni por la exhibición de fuerza interna, sometiendo y humillando a mujeres, sino por su capacidad de prevenir, disuadir y responder eficazmente a amenazas externas contra la soberanía y los intereses estratégicos del Estado. Cuando esa responsabilidad se elude, ocultándose en la espalda de Nicolás Maduro y Padrino López, el problema deja de ser táctico y se convierte en una falla grave de mando.
En el caso de Domingo Hernández Lárez, la responsabilidad es directa e ineludible. Como comandante del Comando Estratégico Operacional (CEO), es el máximo responsable militar de la planificación, conducción y ejecución de todas las operaciones conjuntas en los ámbitos terrestre, aéreo, marítimo, fluvial espacial. Bajo esta estructura, ninguna incursión extranjera, pérdida de activos estratégicos o violación del espacio soberano puede considerarse un hecho ajeno a su responsabilidad operativa.
Durante su mando, aviones y embarcaciones extranjeras han ingresado a zonas vitales y estratégicas del territorio venezolano, incluyendo espacios sensibles desde el punto de vista militar y energético. Desde la doctrina de defensa nacional, este tipo de incursiones exige detección temprana, identificación, advertencia, intercepción y, de ser necesario, una respuesta proporcional y disuasiva. La ausencia de acciones visibles y eficaces no puede atribuirse a mandos subalternos ni a factores administrativos: corresponde directamente al comandante del CEO, quien concentra la autoridad operativa y el control del sistema de comando y control.
A esta inacción se suma la incautación reiterada de buques petroleros, activos estratégicos cuya protección forma parte de la seguridad integral del Estado. La pérdida de estos recursos evidencia fallas en inteligencia, escolta, planificación y disuasión, áreas que dependen del nivel estratégico-operacional y, por tanto, del mando que encabeza el CEO.
El contraste resulta aún más preocupante cuando se observa el uso de la fuerza hacia adentro. Mientras se toleran incursiones aéreas y navales extranjeras y se pierden activos estratégicos, se despliegan unidades militares de forma desproporcionada contra civiles desarmados, incluidas mujeres detenidas y expuestas en operativos que transmiten humillación más que control legítimo. Desde cualquier manual militar profesional, esto no fortalece la autoridad del Estado: la debilita.
Un comandante estratégico no puede elegir dónde ejercer la firmeza. La valentía selectiva no es valentía, y la pasividad frente al enemigo real no es prudencia: es una renuncia tácita a la misión fundamental de defensa. Cuando el poder se concentra en el control interno y se retrae ante amenazas externas, el mensaje que se envía al adversario es claro: la disuasión es débil.
En términos institucionales, esta conducta erosiona la credibilidad de la Fuerza Armada, rompe su vínculo moral con la población y expone al país a mayores riesgos. Las imágenes de civiles sometidas no generan respeto internacional; las fronteras vulneradas, los cielos penetrados y las yeguas sin defensa sí generan oportunidades para el enemigo.
La responsabilidad, en este contexto, no es abstracta ni colectiva. Es estratégico, operativo y personal, inherente a la carga que se ocupa. Quien dirige el Comando Estratégico Operacional responde por lo que se hace, pero sobre todo por lo que no se hace.
Efectivo en la violación de los derechos humanos de los propios conciudadanos y con mucho miedo al enemigo real.