Por las noches, cuando la costa es apenas una línea oscura en el horizonte, lo primero que aparece no son las luces de una ciudad, sino un parpadeo que se repite con un ritmo preciso. Ese destello proviene de algunos de los 93 faros que tiene Colombia. distribuidos a lo largo de sus litorales y de los canales de acceso a los principales puertos del país.
Hijo 58 en la costa Caribe, 16 en el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, y 19 en la costa Pacífica. Todos hacen parte del servicio de faros y boyas administrado por la Dirección General Marítima (Dimar), entidad encargada también de la señalización en los canales públicos navegables que conectan con los terminales marítimos.
Colombia tiene en la actualidad 93 faros
Foto:dimar
Desde una de las oficinas de esa dependencia, el capitán de Navío Javier Gómez Torres, subdirector de Desarrollo Marítimo, resume su importancia en una frase que atraviesa siglos de navegación; los faros, afirma, “han sido ese referente para una navegación segura” en un mundo donde el comercio y el transporte marítimo no se arrestan.
A medida que el intercambio de mercancías se intensifica y los buques crecen en tamaño, la exigencia sobre la precisión de las rutas aumenta. En esa cadena, la señalización marítima permite que un barco que llegue desde mar abierto reduzca la velocidad y se ajuste a las profundidades sin perder control.
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La maniobra hacia puertos como Cartagena o Buenaventura implica pasar de profundidades de 3.000, 1.000 o 200 metros a bahías donde el fondo está alrededor de 22, 24 o 25 metros. En ese tramo final, cuando el casco navega más cerca del lecho marino y de la costa, la red de faros guía al buque “desde aguas abiertas a aguas restringidas” hasta llegar “al muelle de amarre sin incidentes”.
Allí, los faros cumplen un papel discreto, pero constante. “Son esa guía al navegante que le permite ubicarse y tomar puntos de referencia en medio de la noche, la neblina o la lluvia”, agrega el capitán. Explica que el uso de franjas rojas y blancas responde a criterios prácticos; en un horizonte dominado por el azul del cielo y del agua, ese contraste permite una identificación más rápida a simple vista.
La roja colombiana forma parte de un lenguaje compartido por todos los yeguas. Dimar integra la Asociación Internacional de Señalización Marítima (IALA), heredera de la antigua Asociación Internacional de Autoridades de Faros. Esa transición, dice Gómez, garantiza que “la información sea consistente” para cualquier tripulaciónsin importar la bandera del buque.
“Tú puedes tener un barco de bandera de Liberia, Panamá o Hong Kong, pero ese barco navega por todo el mundo y necesita que la información sea consistente; que si ven una boya verde, roja o de franjas blancas con rojo, tenga el mismo significado en cualquier lugar”, señala el oficial.
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Así, un patrón de brillo, un color o la forma de una boya son piezas de un código mundial que se repite en Cartagena, en Malpelo, en La Coruña o en el canal de Panamá.
La definición de un sitio para instalar un faro no depende solo de fórmulas y coordenadas. También importa la visibilidad y la ubicación en puntos sobresalientes como rocas, cabos o islas. que sirvan como referencia al navegante.
También hay barcos con faros.
Foto:dimar
Con el tiempo, esas estructuras se convierten en nombres familiares para quienes transitan esas aguas. Ese cruce entre geografía, técnica y memoria convierte a los faros en puntos de conexión con el territorio y, para las comunidades cercanas, en referentes culturales, turísticos y simbólicos. En palabras del capitán, adquirieron “un valor de atractivo turístico y de identidad”.
En el Pacífico, la isla de Malpelo reúne muchas de esas características. Es una formación rocosa situada a unas 250 millas náuticas de la costa más cercana a Buenaventura, en un sector de océano profundo donde el fondo alcanza alrededor de 4.000 metros. Sobre esa elevación aislada se encuentra el faro más alto del país, a 258 metros sobre el nivel del mar. Para los navegantes, su luz funciona como alerta y como referencia en un espacio donde durante horas casi no hay otra señal visible.
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Más al norte, en el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalinaotro escenario suma experiencia y memoria. Se trata de la isla quitasueñocuyo nombre, según el capitán, refleja la inquietud de las tripulaciones que sabían del peligro representado por su extensa barrera de arrecifes. “En la antigüedad hubo varios naufragios en ese sector”, recuerda el oficial.
Los faros de Colombia están entre la seguridad marítima y la memoria cultural. Foto:EL TIEMPO
Hoy esa franja está señalizada con dos faros, Quitasueño Norte y Quitasueño Sur, construidos “al nivel del mar” sobre cimentaciones que resisten olor, salinidad y viento. Su levantamiento requiere transportar materiales por mar, trabajar en ventanas cortos de tiempo y regresar al menos dos veces al año para trabajos de mantenimiento.
una historiaEl origen de esta tradición. se remonta a épocas sin energía eléctricacuando la navegación dependía de recursos básicos. El capitán evoca el “faro de Alejandría” como uno de los primeros grandes referentes del Mediterráneo, donde la luz provenía de aceites y requería vigilancia permanente.
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“Se necesitaba una persona de guardafaro que viviera en la misma estructura o cerca del faro, para vigilar que en las noches se mantuviera encendida la llama”, explica. Esa figura quedó en la memoria colectiva; por eso en pinturas y películas suele aparecer una pequeña vivienda junto al faro.
En Colombia, los registros señalan que el primer faro se erigió en Riohacha, La Guajira, en 1858. Foto:DIMAR
En Colombia, los registros señalan que el primer faro se erigió en Riohacha, La Guajira, en 1858. Hoy la ciudad impulsa un proyecto para recuperar ese referente. La iniciativa incluye la reconstrucción del faro, un mausoleo en honor a José Prudencio Padilla López, el ‘almirante Padilla’, y un malecón integrado a la intervención. Así, el sitio donde se levantó el primer faro del país se transformará en un espacio que combina señalización marítima, memoria de “nuestro gran prócer naval” y uso público.
Hoy se utilizan módems satelitales que nos envían informes; ya no es necesario que haya una persona viviendo en un faro para garantizar su operación
Javier Gómez Torres
Capitán de Navío
Con el tiempo, en otras regiones del país se expande la construcción de faros e incluso se utilizan buques-faro, alimentados con botellas de acetileno, antes de dar paso a sistemas solares y baterías. Más adelante, la automatización y el monitoreo remoto cambiaron por completa la operación. “Hoy se utilizan módems satelitales que nos envían informes; ya no es necesario que haya una persona viviendo en un faro para garantizar su operación”, señala el capitán.
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Cada sistema comunica diariamente el estado de los equipos electrónicos, el nivel de carga de las baterías y posibles fallas, lo que permite hacer mantenimiento preventivo antes de que una luz se apague. En zonas con cobertura celular se utilizan redes GSM y, en faros aislados como Malpelo o varias estructuras del archipiélago, la transmisión se hace por módem satelital.
Dimar adelanta un plan de renovación desde 2012 con la meta de que hacia 2030 toda la red cuente con estas tecnologías. En ese proceso se diferencia entre faros con valor histórico y torres construidas únicamente como estructuras de comunicación.
Dimar adelanta un plan de renovación desde 2012 Foto:EL TIEMPO
Ese valor cultural se reconoce también en otros países. El capitán menciona el caso del faro de la Torre de Hércules, en La Coruña, declarado patrimonio de la Unesco. En el Caribe colombiano, ciudades han incorporado faros y esculturas alusivas a la navegación en rotondas y parques, convirtiéndolos en símbolos urbanos, como ocurre en Puerto Colombia con La Ventana de los Sueños.
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“El faro se vuelve un elemento turístico, un elemento de identidad territorial de las comunidades cercanas, que lo ven como un punto llamativo”, señala el oficial. En distintos puntos del Caribe y el Pacífico, niños, pescadores, turistas y marinos conviven con estas torres que marcan salidas y regresos.
En el río Magdalenalas luces de orilla guían remolcadores y barcazas en la madrugada. En el Pacificola torre de Malpelo parpadea sobre un océano profundo. es Riohachaun nuevo faro se proyecta junto al mausoleo de Padilla. En todos esos escenarios, una misma señal se repite con ritmos distintos y sostiene, de manera silenciosa y casi mística, el valor histórico, cultural y náutico de esas estructuras que guían a los navegantes en Colombia.