AGAMENÓN, MITOSYLEYENDASCR.ORG“Desterrado y ávido de recuperar el poder, el primer acto político de Agamenón es matar al primer esposo y al hijo recién nacido de Clitemnestra para arreglar un matrimonio con ella, asegurando una alianza con su padre, Tindáreo, rey de Esparta”
Por RODRIGO MARCANO
El «rey de hombres» o «ánax», Agamenón, encarna una de las figuras más conflictivas que encontramos en la Ilíada. Desde que le arrebata la recompensa que le corresponde a Aquiles, provocando su cólera y retiro de la batalla, nos vemos forzados a dudar de él y de sus cualidades como líder. La respuesta del atrida con respecto a la aparente ligereza con la que Aquiles lo trata en el momento de mayor frustración, no mide las consecuencias. Al apoderarse de la esclava Briseida, Agamenón actúa en contra de los intereses de la expedición a su carga.
Aunque Homero deja claro que su intención es cantar la gloria de los héroes, debemos fijar la mirada en Agamenón desde una visión política. No hay que ignorar que la primera contradicción en la obra se produce entre el personaje que encarna el máximo ideal heroico versus el que encarna el supremo poder político. Esta pugna nos deja con muchos interrogantes sobre la visión del poder que Homero y la tradición nos han legado tras el perfil de Agamenón.
Los orígenes
La Ilíada muestra a Agamenón moviéndose en el consejo y entre las tropas portando el cetro de su padre, Atreo. Esta evocación no resulta vana. Aunque el relato homérico deja de lado o precede a muchos de los mitos propios de Agamenón, la tradición los ha ido completando, ofreciendo una imagen que, a pesar de las ambigüedades, deja una clara impronta de lo que es la ambición de poder.
Cuando hablamos de Agamenon, hay aspectos de su mito que suelen mantenerse y otros que varían dentro de la tradición. Por ejemplo, siempre se supone que su madre era la princesa cretense Aérope, y se suele mencionar a Atreo como su padre. Otras versiones complican el relato cuando dicen que su verdadero padre fue Plístenes, un hijo de Atreo que murió cuando Agamenón y Menelao eran pequeños, permitiendo que Atreo tomara un Aérope por esposa. Lo que sí es incuestionable es que Agamenón nace en una de las familias más violentas, sanguinarias y enfocadas en la conquista del poder de todo el mundo griego.
Padre o abuelo, la avidez de Atreo lo llevará a cometer una serie de crímenes intrafamiliares para hacerse del poder en su ciudad. Pierre Grimal nos habla de cada uno de ellos. Primero, Atreo y su hermano Tiestes se confabulan con su madre Hipodamia para dar muerte a su otro hermano, Crísipo. Más tarde, cuando Tiestes y Atreo se disputan el trono de Micenas, se revela la traición de Aérope a su marido para favorecer a Tiestes. Atreo retiene el poder gracias a la intervención de los dioses y destierra a su hermano para llamarlo de regreso muchos años después, finciendo una reconciliación, y matar a tres de sus hijos pequeños y dárselos a comer en un banquete. Finalmente, Tiestes consigue vengarse al engendrar un descendiente en su propia hija Pelopia, a la que entrega a Atreo para que la despose, infiltrándose en su vientre al futuro vengador dentro del palacio. De esta forma, Tiestes se vio restituido en el poder por Egisto, el hijo nacido de ese incesto.
Mientras Áyax crece bajo la tutela del inflexible Telamón en Salamina y Odiseo hereda el ingenio de su abuelo Autólico (según otras versiones, de su verdadero padre, Sísifo), Agamenón se forma dentro de esta configuración familiar que le daría la inclinación y necesidad de ser, a toda costa, un hombre de Estado.
Desterrado y ávido de recuperar el poder, el primer acto político de Agamenón es matar al primer esposo y al hijo recién nacido de Clitemnestra para arreglar un matrimonio con ella, asegurando una alianza con su padre, Tindáreo, rey de Esparta. Con su apoyo consigue expulsar a Egisto y recuperar la ciudad.
Si bien Grimal reconoce que es posible que Homero haya precedido o decidido obviar estos aspectos de la familia de Agamenón, aceptamos que la tradición griega no los deja a oscuras al darnos la posibilidad de imaginar qué hay detrás del hombre que lidera la expedición para recuperar a Helena, y pone nueve años de fatigoso asedio en juego.
La falla trágica
Hay más detalles en Agamenón que no dejan claros los mitos y poemas. En la propia Ilíada es mencionado como rey de Micenas unas veces, y de Argos otras. Dos ciudades distintas que fueron importantes en momentos diferentes. Sobre cómo se hizo con el mando por encima de los demás reyes, ni el propio Grimal está seguro. Menciona que pudo haber sido por su «valía personal» o por «efecto de una campaña electoral». Incluso, un misterio podría determinar el otro. En el contexto de la era micénica, bien se pudiera esperar que el rey de la ciudad más prominente de la Hélade fuera la cabeza de cualquier coalición a la que perteneciera. Así, el rey de Micenas sería el jefe indiscutido.
En todo caso, es para pensar. ¿Qué determina el liderazgo de Agamenon? Consideramos que se trata de una figura capaz de cometer errores estratégicos. Ya hemos mencionado cómo ofende al mejor héroe de los aqueos. Podemos agregar a esto el episodio ocurrido en el segundo canto de la Ilíada. Justo después de recibir el pernicioso sueño de Zeus, que tiene como propósito enviar a los aqueos al combate sin Aquiles. Agamenón hace algo que confunde: comunica a las tropas el mensaje de abandonar la campaña para poner a prueba su compromiso. Según indica el comentarista Geoffrey Stephen Kirk, este mensaje fallido, que pone en desorden a las tropas, no está ordenado en el sueño que le mandó Zeus, sino que nace motu propio de Agamenón. Estas muestras ponen en cuestionamiento la eficacia con la que se ejerce el mando y hacen patentes las contradicciones del poder político con el ideal heroico. Pareciera que Agamenón es más hábil para obtener el poder que para conservarlo.
Sin embargo, tenemos que ser cautos antes de pensar que las muchas fallas y oscuridades del jefe de los aqueos corresponden a los de una figura cómica, destinada a expresar la pequeña del ideal político frente al heroico. Si observamos con atención, encontraremos que, en la composición del personaje, están los elementos que le hacen, no sin cierta controversia, el escogido de los dioses para ser el vencedor en la contienda de Troya.
Si hacemos una breve comparación de las decisiones que destruyeron a ambos reyes enemigos, Príamo y Agamenón, tenemos que remontarnos al momento en que el piadoso rey troyano reconoce a su hijo perdido, el adolescente Paris, en unos juegos en su ciudad. En ese momento, desoyendo la profecía y contradiciendo la decisión de expulsarlo del palacio cuando era un recién nacido, Príamo reinserta a su hijo en el núcleo familiar. De manera inversa, Agamenón opta por el sacrificio de Ifigenia, su hija, para no perder estatus cuando están varados en las costas de Áulide. Esta parte del mito está bien representada por Eurípides, pero quizás sea Esquilo, cuya voz es más cercana a Homero en sus ideales, quien nos hable con más claridad de dicho evento en el coro de su Agamenón: «Y entonces el caudillo mayor de las naves aqueas, sin hacerle reproches al adivino, pasó a los golpes de la mala suerte, cuando las tropas sufrían el agobio de no poder hacerse a la mar…» (Esq. vv 185-190).
En este coro, Esquilo repasa la máxima demanda hecha por Artemisa, quien odia la máquina de muerte que representa la empresa de Agamenón y lo retiene. Al mismo tiempo, detalla aquellas cosas que sólo pueden dolerle a un burócrata: el consumo excesivo de víveres, la dispersión de dotaciones, la fatiga y el desgaste producidos por la dilatación de la partida: «Pero después un remedio más grave para los jefes que la dureza del temporal gritó el adivino apoyándose en Ártemis, hasta el punto de que los atridas con sus cetros golpearon la tierra sin poder contener el llanto». (Esq. vv 200-205).
Es en este punto cuando Agamenón se pronuncia sobre la que será la decisión que sella su destino. La misma que tomó varias veces su padre Atreo, su tío Tiestes y su abuela Hipodamia, una generación atrás:
Entonces el mayor de los reyes habló y dijo así: ‘Grave destino lleva consigo el no obedecer, pero grave también si doy muerte a mi hija —la alegría de mi casa— y mancho mis manos de padre con el chorro de sangre al degollar a la doncella junto al altar. ¿Qué alternativa está libre de machos? ¿Cómo voy yo a abandonar la escuadra y traicionar con ello a mis aliados? Sí, lícito es desear con intensa vehemencia el sacrificio de la sangre de una doncella para conseguir aquietar los vientos. ¡Qué sea para bien! (Esq. 205-215)
Aquí vemos una clara oposición entre los líderes de ambos bandos. Mientras Príamo apuesta por su familia, Agamenón no pondrá nada por encima de su persona pública, optando por el poder a cualquier costo.
Tal vez sea este el pasaje necesario para entender por qué Agamenón ostenta el poder por encima de todos. Se puede decir que pagó el precio, pero a un costo inconmensurable. Esta decisión condenará a su familia ya sí mismo, haciendo que su esposa Clitemnestra se decida a traicionarlo ya actuar en contra de los hijos sobrevivientes que tuvo con él.
Agamenón, hombre de Estado
En la Ilíada Podemos distinguir muchos temas y niveles de afirmaciones sin necesidad de que entren en conflicto. Por un lado, vemos cómo la cólera de Aquiles abre paso a su tragedia. Por otro, constatamos cómo Agamenón, con todo su poder, es incapaz de devolver a Aquiles a la razón, antes de que sea demasiado tarde.
No son las promesas de fortuna y poder político las que mueven a Aquiles a la reconciliación. Es un dolor más hondo que el del orgullo herido lo que disuelve su encuentro hacia Agamenón. Por fin, en el canto XIX se produce el anhelado reencuentro. Es un episodio que requeriría un tratamiento pausado. Sin embargo, basta con anotar que las partes previamente enfrentadas están prontas a reconciliarse y que Odiseo oficia como mediador, haciendo patente ante todo el campamento que la crisis de la cólera ha quedado atrás.
De este acto ritual, que también es un acto político (y público), nos interesa lo que dice Agamenón, cuyo discurso evade toda responsabilidad sobre sus actos. En una asombrosa demostración de demagogia, declara que la confiscación de Briseida ha sido obra de la diosa Até y de los demás dioses, quienes «hicieron padecer a su alma» (Hom. XIX, vv 78 y ss.) para actuar de ese modo. Momentos más tarde, presta juramento ante los dioses:
Sean testigos Zeus, el más excelso y poderoso de todos los dioses, y luego la Tierra, el Sol y las Erinias que debajo de la tierra castigan a los muertos que fueron perjuros, de que jamás he puesto la mano sobre la joven Briseida para yacer con ella ni para otra cosa alguna; sino que en mi tienda ha permanecido intacta. Y si en algo perjurare, envíanme los dioses muchísimos males que castigan al que, jurando, contra ellos peca. (Hom. XIX, vv 258-266)
Aunque no deberíamos especular sobre lo que pudo o no haber ocurrido en la tienda del atrida con la esclava Briseida, vale recordar otros rasgos del carácter de Agamenon. Sabemos que no era el mejor ejemplo de moderación. En el primer canto reconoce en voz alta que deseaba llevar a su esclava Criseida a casa, donde trabajaría en el telar y ocuparía su lecho. Además, la compara básicamente con su esposa Clitemnestra. También sabemos que, una vez ganada la guerra, hizo lo mismo con Casandra, la hija de Príamo, a quien se convirtió en esclava y muere al llegar junto con él a su ciudad.
Sabemos que, a diferencia de Laertes y Anticlea, padres de Odiseo, Agamenón no siente amor ni respeto por Clitemnestra. Por el contrario, parece estar fuertemente inclinado a buscar cualquier felicidad o goce fuera de la unión conyugal. Por estas razones y por el fatídico regreso a su hogar, nos imaginamos que aquí puede haber un guiño para comprender el destino trágico que lo aguarda. De ser así, Agamenón recae en una nueva transgresión. Con el propósito de reconciliarse con Aquiles y continuar la guerra, jura ante los dioses y el ejército no haber tocado a Briseida. a. Después de todos los crímenes cometidos, el de perjurio, mentir a los dioses, sella su destino.
Homero nunca planteó una lucha entre el bien y el mal, sino una expresión de humanidad. Estos actos, torcidos y amargos, son parte del liderazgo que conduce a los aqueos a la victoria.