Daniel Noboa ha hecho algo inusual en América Latina. En sólo dos años, sacó a Ecuador de una crisis fiscal sin caer en default, imprimir dinero o culpar de todo al “sistema”.
Lo hizo de la manera más difícil: impuestos más altos, combustible más caro y la promesa de que la disciplina ahora significará estabilidad en el futuro.
Cuando Noboa asumió el cargo a finales de 2023, el estado estaba casi en quiebra. El gobierno debía miles de millones de dólares a proveedores, autoridades locales y al sistema de seguridad social.
A los funcionarios les preocupaba si podrían pagar los salarios a tiempo. Para un país pequeño y dolarizado, eso fue una señal de alerta. Ecuador no puede devaluar su moneda. Si se acaban los dólares, el país simplemente se detiene.
Para frenar esa caída, Noboa aumentó el IVA del 12% al 15%. Ese impuesto ahora aporta la mayor parte de los ingresos del estado.
La terapia de shock fiscal de Ecuador y la apuesta detrás de la calma de Noboa La terapia de shock fiscal de Ecuador y la apuesta detrás de la calma de Noboa El petróleo, que alguna vez fue el pilar principal, ha perdido peso en el presupuesto. Las familias notaron el cambio en cada factura del supermercado.
Las pequeñas empresas se sintieron exprimidas. Sin embargo, el flujo de caja del gobierno mejoró y los atrasos comenzaron a disminuir.
Luego vino la verdadera prueba política. En 2025, Noboa eliminó el subsidio al diésel que le costaba al Estado más de mil millones de dólares al año.
Los precios en el surtidor se dispararon. Grupos indígenas y sindicatos de transporte bloquearon carreteras durante más de un mes. Los presidentes anteriores habían cedido ante presiones similares.
Noboa se mantuvo firme, argumentando que los subsidios alimentaban el contrabando y la minería ilegal más de lo que ayudaban a los pobres.
Esta dureza impresionó a los mercados y a los prestamistas. Ecuador obtuvo un nuevo programa del FMI, más préstamos multilaterales y un mejor trato por parte de las agencias de calificación.
Los precios de los bonos se recuperaron. Los rumores de un default inminente se desvanecieron. Para los inversores y expatriados, el mensaje es claro: el riesgo de un colapso repentino ha disminuido.
Pero la historia más profunda es menos cómoda. El crecimiento sigue siendo débil. Muchos ecuatorianos trabajan en el sector informal. Las grandes inversiones aún no han llegado.
En las redes sociales, un bando aplaude el “orden y la seriedad”, mientras que otro ve un gobierno que pide a la gente común y corriente que se sacrifique mientras el propio Estado cambia demasiado lentamente.
Ecuador se ha convertido en un experimento vivo. ¿Pueden realmente una medicina fiscal estricta y una seguridad más estricta lograr un país más seguro y predecible antes de que los votantes pierdan la paciencia con el dolor?