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Tuesday, December 23, 2025
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    hercilia y eduardo

    HERCILIA LÓPEZ Y EDUARDO POZO | MIGUEL GRACIA”Los personajes de Eduardo, en cambio, sí que gritan su verdad. Gritan de amor y de odio, placer y sufrimiento, vida y muerte. Es el grito desgarrado del hombre ante la complejidad de la existencia”

    Por ALIDHA ÁVILA

    Hablar sobre Hercilia y Eduardo, dos personas a las que he querido y querré toda mi vida con un amor muy especial, pudiera parecer sencillo a primera vista, dado el grado de conocimiento que se supone tengo de ellos. Pero, por paradójico que parezca, es precisamente por conocerlos tan bien que la tarea me resulta un tanto exigente.

    Que son un par de fuera de serie, lo sabemos todos. Cada uno en su ámbito, ella, en la danza y la escritura; él, en la política y el dibujo, nos han ofrecido una mirada original y profunda.

    Hercilia no sólo inventó otra manera de mover el cuerpo en el espacio. Su grupo, Contradanza, marcó un hito dentro de las artes escénicas, con coreografías impensables que la han hecho merecedora de los más importantes reconocimientos nacionales e internacionales.

    Apropiándose de su cuerpo, como fuente y alma de su trabajo creativo, Hercilia nos brinda un lenguaje estético que sólo a ella pertenece, creando un discurso nuevo y único, apoyado en lo teatral, capaz de romper los convencionalismos estéticos. Pero, como si esto fuera poco, Hercilia es además una investigadora incansable de técnicas corporales y somáticas aplicadas a la salud integral y la organización del movimiento. Todo lo cual, creo, también lo sabíamos.

    Lo que sí es una novedad para mí, y no sé si para ustedes, es su obra poética, en la que, como no podía ser de otra manera, indaga en su cuerpo, ese territorio que ella ha asumido como el poema que nunca dejamos de escribir y del que conoce hasta sus más íntimos secretos, para brindarnos una visión inédita de esa materia que somos, de sus verdades ocultas, su grandeza y su miseria, su erotismo sin límites, su real e imaginaria. Después de leer sus hermosos y sabios poemas, ya no somos los mismos, nuestro cuerpo se nos ha hecho presente, nos pertenece y le pertenecemos y ya no podemos vivir sin atender a su reclamo.

    Respecto a Eduardo, alguien particularmente especial en mi vida, confieso que cuando miré sus dibujos por primera vez, allá por los años noventa del siglo veinte, lo primero que vino a mi mente fue Munch y su grito, pero, a medida que los fui descubriendo, comprendí que en realidad estaban en las antípodas del famoso cuadro: el grito del noruego no proviene del personaje del puente sino de la naturaleza estremecida por los avatares del hombre, quien, ante su estruendo, no puede sino tapar sus oídos. para no enloquecer.

    Los personajes de Eduardo, en cambio, sí que gritan su verdad. Gritan de amor y de odio, placer y sufrimiento, vida y muerte. Es el grito desgarrado del hombre ante la complejidad de la existencia.

    Echo de menos no disponer de los ingenios necesarios para analizar con propiedad la calidad estética de sus dibujos —no soy crítica de arte—, pero, en mi muy modesta opinión, la rotundidad de su belleza da cuenta de un alma exquisita, que no teme sumergirse en los complejos secretos de la aventura de vivir. Y como Eduardo era sobre todo un artista, todo lo que tocaba lo convertía en arte, tal como hizo con la política. No conozco a otro político, y mira que he conocido a algunos a lo largo de mi vida, que supiera llevar con tanta verdad y equilibrio su compromiso político y supiera ejercer su liderazgo con tal sentido de la justicia y la democracia. Los años que trabajé junto a él en el área de cultura del MAS supusieron para mí un aprendizaje vital, que cambió para siempre mi manera de ver el mundo. Con Eduardo aprendí a reconocer la importancia del otro, ese otro que no soy yo, pero que vale tanto como yo misma. Antes de esa experiencia yo me consideraba simplemente una persona de izquierda, así, a secas, pero él me enseñó algo más importante, y de mucha más trascendencia, me enseñó lo que significa ser demócrata, de verdad verdad.

    Y ¿cómo, se preguntarán ustedes, creían mi entrañable e inolvidable amigo que se podía alcanzar a carta cabal la condición de demócrata? Con principios tan sencillos ya la vez tan difíciles de encontrar en el quehacer político real, como el respeto al adversario político, reconocer el valor de la negociación en la superación de conflictos, admitir que no siempre la razón está de nuestra parte, defender el derecho de todos a decir lo que piensan y comprometerse, tal como lo hizo Eduardo, a vivir conforme a esos principios fundamentales, sin los cuales la democracia no puede existir. Nada más y nada menos.

    Bienvenido sea pues este libro extraordinario y único que hoy bautizamos, resultado de la unión imperecedera de dos seres humanos extraordinarios y únicos.