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Wednesday, December 24, 2025
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    La libertad como experiencia estética (2/2)

    La libre inclinación del deseo. salvador daliLa primera del ensayo que sigue fue publicada en esta misma sección, el viernes 14 de noviembre.

    Por ELIZABETH ROJAS PERNÍA

    v. La búsqueda de sentido y de gracia como elección

    Si continuamos rastreando y recuperando partes de nuestro legado ético y estético, también en vidas más allá de la literatura, encontramos a un hombre cuya capacidad de lidiar con la fatalidad, mientras era forzado a casi abandonar la condición de humano, y de aprender nuevamente a vivir después de haber atravesado el infierno, nos dejan no solo en el lugar del asombro y la admiración, sino en un lugar distinto para mirarnos, en adelante. Ese hombre, tantas veces citado, es Viktor Frankl (1905-1997), neurólogo y psiquiatra austríaco, confinado en diversos campos nazis debido a su condición de judío. Ya liberado, publica uno de los libros más hondos que se han escrito sobre las experiencias de este averno del siglo XX, El hombre en busca de sentido (1991), recopilación de sus memorias y reflexiones, a partir de las vivencias en los campos donde trascurrió su vida, entre 1942 y 1945. Pocas experiencias han sido tan devastadoras para quienes las sufrieron y tan desoladoras para quienes sucesivamente hemos tenido conocimiento de tales atrocidades. La infamia que condenó a millones de personas a morir en los campos de exterminio —expresión última de eficiencia en la industria del asesinato— ya aquellos que lograban mantenerse apenas vivos, a soportar condiciones diseñadas para arrebatarles la dignidad humana misma, no reconocida en ellos por sus persecutores, captores y exterminadores, es algo que inundó de vergüenza, junto a un infinito estremecimiento, a gran parte de la sociedad mundial. No a todos. Ya sabemos que hay aún partidario de consolidar soluciones finales para sus causas. Por otro lado, casi el mismo asombro puede producir la constatación de que, en medio de situaciones inimaginables, más allá de lo soportable, hay en el ser humano. algo de abrirse paso —no de inmediato, no impulsivamente, no sin que algo muera antes—, y que ese algo, a lo mejor desconocido antes de la llegada de lo abismal, empieza a asomarse poco a poco en medio de charcos de odio, de miseria, de muerte, ya revelar, oa recordar, con su contundencia, que la vida sigue allí afuera y, también, aquí adentro, así la parte que está entumecida de espanto lo haya olvidado, y la parte que parece aniquilada, lo ignora. Quizás se trate de la esencia del sisu finlandés. En medio del estupor que produce el canibalismo, esa oscura peculiaridad de nuestro estirpe, capaz de una destrucción o crueldad extrema hacia individuos de la misma especie, encontramos valiosísimos testimonios de seres que logran afrontar las mayores adversidades a fuerza de reconocimiento, de ir hacia el espacio mayor que yace adentro: «A pesar del primitivismo físico y mental imperantes a la fuerza, en la vida del campo de concentración aún era posible desarrollar una intensa vida espiritual. No cabe duda que las personas sensibles acostumbradas a una vida intelectual rica sufrieron muchísimo (su constitución era a menudo endeble), pero el daño causado a su ser íntimo fue menor: eran capaces de aislarse del terrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y libertad espiritual», dice Frankl en su obra autobiográfica. Se refiere, entre otras cosas, a que en medio de los trabajos forzados —cavar zanjas en pleno invierno y medio desnudos, con el cuerpo cubierto solo de harapos y de lo que iba quedando de piel para cubrir los huesos— surgían conversaciones de una trascendencia inaudita. La inminencia constante de la enfermedad, la desolación y la muerte parecían encontrar contención en una particular comunión con los compañeros de infortunio, en la compasión frente al inmenso sufrimiento compartido —cuando el envilecimiento que los rodeaba, ya cuyo contagio estaban permanentemente expuestos, no había hecho estragos en sus psiques— y en las prácticas religiosas que jamás dejaron de estar presentes en las inmundas barracas. Nada de eso en solitario. Con el estómago atormentado por las punzadas del hambre, en organismos que empezaban a devorarse a sí mismos en una desesperada estrategia de sobrevivencia, podía aparecer en todo su fulgor la belleza del vivir. Frankl cuenta que un día un prisionero corre a las barracas, donde sus compañeros recién llegados de otra despiadada jornada de trabajo, insultos, golpes, y les grita, lleno de arrobamiento, que salgan a admirar una magnífica puesta de sol. Ellos asienten. Salen nuevamente, casi a rastras, y mientras todos están enmudecidos ante los exuberantes colores de aquel atardecer —desde el azul acero al rojo bermellón— que en ese momento el cielo quiso regalarles, escuchan a un compañero decir «¡Qué bello podría ser el mundo!». Continúa relatando Frankl, «A medida que la vida interior de los prisioneros se hacía más intensa, sentíamos también la belleza del arte y la naturaleza como nunca hasta entonces. Bajo su influencia llegamos a olvidarnos de nuestras terribles circunstancias». A esta experiencia, llena de lucidez, la llamada la huida hacia adentro. Sí, es válido huir —que no desistir ni renunciar—, cuando la huida es protección, preservación de la vida, olvido momentáneo de la crueldad, antes de volver a presentarse. Cuando lo único que les quedaba era la existencia desnuda, cuando sabían que ya no nada tenían más que perder, salvo la vida, aún persistía en ellos el aprecio por la naturaleza y el arte, como reafirmación incontestable de amor fati.

    Décadas más tarde, ya en otro siglo, Han Kang, la escritora surcoreana galardonada con el Premio Nobel de Literatura 2024, pareciera colocarse en el mismo lugar de observación y con la misma sensibilidad de aquellos seres sometidos a la más oscura de las violencias, para hacerse preguntas en un mundo que sigue lleno de crueldad —empezando por las masacres ocurridas en su propio país—, y al mismo tiempo poblado de ternura. Sus novelas son el intento de encontrar algunas respuestas. «Si debemos vivir en este mundo, ¿qué momentos lo hacen posible?», «¿es posible que, al contemplar los aspectos más tiernos de la humanidad, al acariciar la irrefutable calidez que reside en ellos, podamos seguir viviendo después de todo en este mundo breve y violento?», «¿puede el pasado ayudar al presente?», «¿pueden los muertos salvar a los vivos?».

    Creemos que sí. Además de la posibilidad de redención a través del sentido estético, contamos con algo más que notable, y aquellos muertos vivientes, víctimas de la crueldad que manchó de oprobio la historia humana para siempre, también lo relataron. Se trata, sí, y por insólito que resulta, del sentido del humor. «El humor es otra de las armas con las que el alma lucha por su supervivencia. Es bien sabido que en la existencia humana el humor puede proporcionar el distanciamiento imprescindible para sobreponerse a cualquier situación, así no sea más que por unos segundos», como pudo constatar, desde los primeros días de aquel confinamiento, el psiquiatra vienés, creador, por lo demás, de la Logoterapia o terapia del sentido. El enorme valor de la experiencia desgarradora que vivió y de las reflexiones que vertió en su libro se destilan claramente en estas palabras, «Al hombre se le puede quitar todo excepto una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la propia actitud ante la adversidad—, decidir el propio camino». Y el humor puede ser una de las más contundentes elecciones; una que allane el camino hacia otras posibilidades que no veríamos si el desconsuelo nos cubría completamente el rostro. Y aquellos que pasaron un tiempo en el infierno y dejaron sus testimonios quisieron salvarnos a los que veníamos después.

    Una vida, que en sí misma ya es inspiración, y que se asemeja a las formas de afrontamiento de la desgracia descritas por Frankl —apelando a la belleza y al humor, no sin antes haber considerado otras opciones—, es la de Jeanne Mertillon. Durante la II Guerra Mundial, esta monja francesa, convencida de que jamás podría colaborar con los nazis, durante el gobierno de Vichy se une a la Resistencia junto a decenas de millas de otras personas decididas a liberar el país de la ocupación alemana. Como les ocurrió a tantos otros, es denunciada por un colaboracionista, apresada y llevada al campo de concentración de Ravensburg. Allí, al estar sometida a un control total en todos los aspectos de su vida —cuándo levantarse, cuándo trabajar, cuándo comer—, casi de inmediato empieza a sentir que no va a soportar vivir sin ninguna libertad. Con la depresión ya instalada en el cuerpo, junto a otras plagas, opta por el suicidio, acto muy fácil de llevar a cabo en campos rodeados de alambradas electrificadas y vigilados por centinelas listos para disparar a quien quiera que osara estar fuera de las barracas a deshoras. Una tarde, Jeanne se encamina decidida a la cerca, pero antes, levanta la vista y ve el color azul intenso de ese cielo de invierno y, luego, el brillo de los cristales en la nieve. Ante tal espectáculo, siente que no puede simplemente morir. A continuación, regresa a la barraca y toma la inusitada decisión de empezar a componer una ópera para ridiculizar a los soldados nazis, con música de Jacques Offenbach (compositor y violoncelista alemán, nacionalizado francés, de origen judío y convertido al catolicismo). Las mujeres que la acompañaban, débiles y hambrientas, empezaron pronto a reír, y con la inesperada vivacidad que aquella risa les otorgó, se aprendió la letra, se atrevieron a cantarla ya intentar una breve danza, en aquella parcela de infierno. Esta religiosa descubrió, en este tránsito entre la desesperación y la creatividad, que poseía libertad interior, y reencontró en el arte y en el humor nuevas razones para continuar viviendo, y contagiar ese deseo a otras prisioneras.

    No solemos, pese a todo, valernos del humor suficientemente. Esa expresión de alegría que nos es tan propia tiene la particularidad de aparecer en medio de valles de sombra de muerte como un cayado capaz de sostenernos, así sea solo por unos preciosos segundos. «Hemos sido creados para la alegría, esta es ontológicamente anterior al dolor y superior a él. Pero el camino de la alegría, en virtud de que somos finitos, implica momentos de dolor», expresó, con vivo convencimiento, el poeta venezolano Armando Rojas Guardia. Al mismo tiempo, el pesar, cierto tipo, también puede rescatarnos de la banalidad de un vivir demasiado volcado hacia la alegría proveniente del afuera y otorgarnos la hondura que nos completa como humanos. Todos haremos bien en descubrir que la alegría y el humor, si son expresiones extemporáneas de adolescencia tardía, o si se convierten en evasión crónica de aflicciones inevitables, nos pueden debilitar, y arrojarnos a otro fango: el de un vivir desconectado. Conviene prestar atención. Por más que atravesamos etapas donde sintamos que estamos cavando zanjas, siempre podemos elevar la mirada, quizás el cielo nos sorprenda con la visión de lo sublime —o incluso, de lo numinoso— y con ello, sintamos que el alma retorna a la vida. Cuando bajemos la mirada nuevamente pudimos sorprendernos, «…y es que la cotidianidad está repleta de regalos, de obsequios, de dones inesperados, basta permanecer atentos para percatarse de ellos y agradecerlos», amplía Rojas Guardia. En medio de las tinieblas actuales, hurguemos, hasta debajo de las piedras, hasta encontrar esos hechos inesperados.

    «Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente —con dignidad—, ese hombre puede, en fin, realizada en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido», insiste con ardorosa convicción Frankl, como para que no olvidemos discernir cuándo estamos ante la posibilidad de actuar, y hacerlo, y cuándo nos toca, ojalá que con la mayor dignidad posible, soportar. Ambas opciones están dentro del registro disponible para el género humano.

    VI. Tejer de nuevo el mundo

    En la tradición nativa norteamericana hay una historia que los ancianos contaban a los jóvenes en tiempos de tribulaciones. Dejemos que este cuento inicial surta su efecto sobre nosotro s, en tiempos que lo ameritan.

    Hay una cueva donde reside todo el conocimiento que buscamos, todas las respuestas que necesitamos. Si encuentras esa cueva verás a una anciana mujer sentada tejiendo un hermoso tapiz, y lo ha estado haciendo por mucho tiempo. Ella está a punto de terminar el tejido de la manera más bella y única posible, pero de tanto en tanto debe ir al fondo de la cueva donde hay un caldero colgando sobre el fuego. Allí dentro están todas las semillas de todos los árboles y arbustos y plantas y granos y flores, y si ese caldo no se revuelve de cada cierto tiempo puede quemarse, y si las semillas se queman no habría más bosques ni flores ni granos. Así, la anciana coloca su tejido en el suelo para ir al fondo de la cueva y hacer lo que tiene que hacer. Cuando regresa con su paso lento al tejido en el cual ha estado trabajado, lo encuentra casi desecho, pues un perro negro ha entrado a la cueva mientras ella revolvía el caldo de semillas, y al ver un hilo suelto no pudo evitar halarlo tantas veces hasta casi deshacer todo el hermoso trabajo y dejar un desastre allí en el suelo de la cueva. Cuando ella ve su tejido hecho trizas, se detiene en silencio un momento… Luego, vuelve a sentarse, ve un hilo suelto y lo recoge. Al tocarlo tiene una nueva visión de un tapiz aún más hermoso que el anterior, y se pone de nuevo a tejer ya tejer, como lo ha hecho antes, solo que ahora está tejiendo una nueva versión del tejido, una nueva imagen de lo que puede tejer con esos hilos de vida.

    En este relato, que ocurre en una cueva —símbolo, entre muchas otras cosas, de regeneración, protección, origen y renacimiento—, hay tres momentos clave. El primero, la anciana debe detener brevemente el tejido que la ocupa, pues otra labor vital la espera, la de remover el contenido del caldo para evitar que se queme; el fuego debe ser regulado. El segundo, la mujer regresa, encuentra los destrozos ocasionados por el perro negro, se detiene, observa y siente lo acontecido. El tercero, se sienta de nuevo a urdir, encuentra un hilo suelto y ocurre la revelación: la visión del nuevo tejido que va a emprender, mucho más bello que el anterior. Ha ocurrido una conexión vertical. Y ello, porque la mujer sabia espera, presta atencióna la manera planteada por Simone Weil: un estado tal de receptividad, de vaciamiento del pequeño yo, que propicia que la realidad se revele. Solo en este esperar atento puede el ser humano experimentar la libertad como conexión profunda con una dimensión trascendente.

    Necesitamos liberarnos de una visión, interpretación y valoración de la realidad, solo horizontal —riesgo permanente de repetición—, que necesariamente nos impide ver lo que, en cambio, nos permitiría una visión vertical, implícita en la afirmación de Albert Einstein, «No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos»». La anciana lo sabe, por lo que, en lugar de salir llena de rabia, armada con un garrote a perseguir al perro, se detiene y espera que desde lo alto le llegue la inspiración que la coloque en la senda de la reconstrucción del tejido, aunque de uno diferente, uno mejor. La mujer sabia lo que está uniendo son los hilos del mundo, este mundo que nunca está acabado, sino en continuo proceso de hacerse, y nosotros con él, en cada acción, en cada decisión y en cada acto libre. En cada colapso, la imaginación es puesta al servicio de la recomposición: hay situaciones que requieren ser reimaginadas antes de poder ser enfrentadas y, eventualmente, resueltas. Si en la esfera de lo individual, o en la de lo social, nos lanzamos a recomponer lo que ha sido destruido sin que hayamos prestado atención a otra visión posible, estamos ante la acción desenfrenada, repetitiva y sin sentido, condenada al fracaso. Los tiempos de esperar y los tiempos de accionar, si han de ser acertados, deben ser tiempos kairósy eso lo conoce nuestra sabiduría interior. Estamos presenciando, y padeciendo, la devastación ocasionada por diversos perros negros, en las reacciones de muchos gobernantes inflados por el exceso de poder y dominados por la impetuosidad. Aun así, recibiremos nuevas visiones, encontraremos nuevos hilos y emprenderemos nuevos tejidos, cuando el tiempo sea preciso, si evitamos el pragmatismo desbordado. Soportar el caos —lo que sea que llegue a deshacer los hilos de la vida— es una dura pero imperiosa lección de iniciación a la verdadera vida. Existe no se trata de experimentar solo el equilibrio, de transitar por un camino recto o de meramente mantenerse vivo. Descubrir cuáles hilos nos llaman —y despiertan nuestra vocación— cuando los perros negros han derrumbado lo existente, es lo que nos va a mostrar de qué forma misteriosa estamos entretejidos con la vida y con el mundo, y cómo abordar los tiempos de desmoronamiento, de incertidumbre o de fatalidad. Sin importar las condiciones, es preciso que nos aferremos a esos hilos (como el hombre del Maelström a su pequeño barril, una vez que vio y comprendio). Lo que hayamos creado, si hemos sabido esperar la revelación de la nueva imagen, es lo que entregaremos de vuelta al mundo.

    VII. La codicia que destruye

    Nuestra libertad fundamental reside en expandir la comprensión de lo que somos y, a partir de allí, de los actos que estamos en capacidad de ejercer. La libertad no es la misma si tenemos una visión reducida del ser humano, que si esa visión se agranda. A veces es un asunto público, a veces, en cambio, es tan privado que puede provenir incluso de nuestro inconsciente, o puede ser algo que se gesta ahora y vea la luz en el futuro. Necesitamos alguna claridad en nuestro mundo oscurecido y abrumado por el exceso, la velocidad, la insignificancia y lo cuantitativo como criterios casi últimos que rigen nuestro vivir, y lo encogen. Y claridad puede significar mirar de nuevo, mirar con los ojos internos que iluminan lo que el alma quiere mostrarnos. Una novela escrita en 1818 puede alumbrar nuestra comprensión de la actualidad.

    Mary Shelley es una joven de diecinueve años cuando publica de manera anónima su obra Frankenstein o el moderno Prometeo. La enorme aceptación que recibió esta novela por parte del público —aunque no de inmediato— y de la crítica se debió tanto a la fascinación que produjo sus elementos de terror gótico como a las relevantes cuestiones que plantean en torno a los límites del conocimiento, la responsabilidad ética de la ciencia y las consecuencias de las propias decisiones. Uno de sus protagonistas, Víctor Frankenstein, científico obsesionado por crear vida y superar la muerte, emprende una serie de experimentos peligrosos hasta que logra crear, a partir de partes bellas de cadaveresun ser que resulta grotesco, y que es el otro personaje central de esta novela. Aparece aquí la primera transgresión de este hombre de conocimiento, extremadamente ambicioso: la manipulación de la muerte. El tamaño descomunal que adquiere su criatura es una metáfora de la monstruosidad que puede surgir al querer estirar artificialmente los límites de lo que es ético para la vida humana, y de la inflación que hay en ello, aún si de intenciones. bellas o buenas se trata. Frankenstein se permite la libertad de crear, operando como nadie antes sobre la materia, pero se desentiende de su horrenda y poderosa creación —ausencia de responsabilidad moral, segunda transgresión de este científico obnubilado—, ocasionando con su actuar desquiciado más de una tragedia. En esta historia del s. XIX, crítica metafórica a los peligros del progreso sin frenos que ya mostró la Revolución Industrial, el ser creado se subleva y se venga de su creador. En medio del auge actual de desarrollos científicos e innovaciones tecnológicas vertiginosos, que parecen avanzar sin límites ni fronteras hasta vulnerar lo que es y ha sido la humanidad, conviene recordar la mirada que nos legó la mitología griega clásica: en presencia de la hybris, o soberbia desmedida, aparece Némesis, diosa de la venganza y de la justicia, a restaurar el orden transgredido por los mortales, castigando a quienes el orgullo haya cegado.

    En la geopolítica actual, desde los inicios de la segunda presidencia de Donald Trump en los Estados Unidos de Norteamérica, estamos viendo la aparición de prácticas monstruosas. La intención encapsulada en las siglas MAGA —Make America Great Again— representa la centralidad de lo cuantitativo a cualquier costo. Hacer grande a Estados Unidos, en su concepción, es sinónimo de expansión económica, idealmente también territorial, vía anexión, confiscación o desarrollo inmobiliario en nuevas y exóticas Rivieras y, sin duda, pretensión de imponer el poderío norteamericano, incluyendo sus maneras particulares de ver el mundo, a quienes se opongan frontalmente a los mismos. Pretensión condenable igualmenteble si es de origen islámico, sionista, comunista o de cualquier otro. La deformidad que la excesiva importancia de lo cuantitativo —reduccionismo que banaliza la vida reduciéndola a lo medible y cuantificable, que fragmenta y que excluye lo trascendente— ha producido en nuestro mundo se refleja en la casi total ausencia de atención, por otro lado, a asuntos centrales para nuestra especie, siempre pendientes por responder, como quiénes somos, por qué y para qué estamos aquí y cómo aportar más bondad y belleza al mundo. Más acumulación de poder en los gobernantes, más Ataques a la democracia y, sin duda, más bombas y más misiles cayendo desde los cielos sobre habitantes aterrorizados de territorios enemigos solo significa dejar fuera los límites, las fronteras, de lo que es éticamente imperativo, e ignorar, al mismo tiempo, la ya mencionada pertenencia a un orden mayor, que fue exactamente lo que condujo al Dr. Frankenstein ya su criatura a conducirse de maneras atroces, ya ocasionar inevitables desdichas. La libertad requiere ser ejercida dentro de ciertos límites, sin los cuales la ambición y el poder desenfrenados son capaces de avanzar hasta la misma autodestrucción. Para los filósofos griegos de la antigüedad, la libertad no podía estar separada de la virtud. El florecimiento de la vida plena, o enantiodromía, lo exigía.

    Con inmenso pesar vemos en Estados Unidos acrecentarse la brecha entre quienes lo soñaron no como un país grandesino como un gran país, siendo lo que debería ser, tierra libre, y lo que va siendo. Langston Hughes expresó ese sueño, en 1935, así:

    Dejad América ser América otra vez

    Que América sea el sueño que soñaron los soñadores.

    Que sea esa gran tierra fortalecida de amor

    Donde nunca los reyes conspiraron ni los tiranos fraguaron

    Que cualquier hombre sea aplastado por uno de arriba

    Oh, que América vuelva a ser América…

    La tierra que nunca ha sido…

    Y, sin embargo, debe ser: la tierra donde cada hombre es libre.

    VIII. Palabras de cierre, que no finales

    Quisiera terminar estas reflexiones refiriéndome a dos eventos relevantes e impregnados de simbolismo ocurridos durante este año en Venezuela. El primero, uno cuyo origen fue la dignidad, cuyo final fue el triunfo del ardor por la libertad y que lució como un milagro de la imaginacion. Cinco opositores políticos —Magalli Meda, Humberto Villalobos, Claudia Macero, Pedro Urruchurtu, Omar González—, muy cercanos a María Corina Machado, actual líder del movimiento democrático en el país, llevaban más de un año secuestrados en la Embajada de Argentina, en Caracas, adonde habían acudido en busca de asilo diplomático. Fueron, en cambio, sometidos a una campaña de asedio por parte del régimen que actualmente tiene confiscado el poder, que incluía la suspensión de servicios de electricidad y agua potable, la imposibilidad de tener acceso a médicos o medicamentos y la constante intimidación por parte de funcionarios de seguridad e inteligencia (curiosas palabras para referirse a esas funciones, hay que resaltarlo), y francotiradores apost. ados en casas adyacentes apuntando a sus cabezas. Mientras todo eso ocurría, la magnífica naturaleza de la ciudad capital —uno de los pocos aspectos de nuestra vida que va quedando intacto— les regalaba la alegría diaria de ver guacamayas. volando libres por encima de sus cabezas. Con los días, estas aves de intensos colores empezaron a acercarse más al grupo de rehenes políticos y, ya con más confianza, a posarse en sus hombros y brazos. Este gozo inmenso, en medio de una cotidianidad cada vez más insostenible, se transformó en una imagen inspiradora: ¡Volar ellos mismos en busca de la libertad! Dado que los salvoconductos diplomáticos reiteradamente solicitados nunca llegaron, la opción para no morir dentro de aquella prisión forzada y completamente inmerecida era huir. Se empezó a gestar la idea que encendió sus corazones de posibilidades y que luego se transformó en un plan casi inconcebible, pero imperioso, como si a un nivel muy profundo hubieran comprendido que nuestra humanidad se constriñe cuando la vida se vuelve mera sobrevivencia y, a la vez, como si en sus cuerpos hubieran sentido la distinción clave entre estar libre y ser libre. Después de haber resistido durante 142 días, con la dignidad y las convicciones democráticas incólumes, aunque no sin un padecimiento indescriptible, se atrevieron a arriesgarlo todo para salir de aquel cerco que cada día se estrechaba más, como si aquellos mensajeros alados hubieran sido portadores del mensaje atemporal de Rumi, «¿Por qué sigues en prisión cuando la puerta está tan abierta?». Gracias al procedimiento de rescate orquestado por numerosos actores nacionales e internacionales, bautizado con el irremplazable nombre de “Operación Guacamaya”, ahora los cinco, desde el exilio, continúan su lucha por la libertad de Venezuela. La concepción, ejecución y celebración de esta hazaña liberada fue, en sí misma, casi una obra de arte. Detrás de decisiones como la que tomaron estos militantes de la libertad, hay un significado recóndito, y la siguiente historia podría develárnoslo.

    Al final de su vida, al Rabino Zusha, un hombre brillante y reverenciado por su comunidad, sus estudiantes, reunidos alrededor de su lecho, le preguntan cómo se siente ante su inminente partida. Con gran sorpresa le escuchan decir que siente temor. «¿Cómo puedes tú, que tienes la brillantez de Abraham y la visión de Moisés sentir temor?», le responde. Él les explica que teme a lo que Dios pueda decirle. «Si Dios me preguntaría, ¿Zusha, por qué no fuiste más como Abraham?, yo podría responderle que yo no vine al mundo a ser como Abraham, y si me preguntaría ¿Zusha, por qué no fuiste más como Moisés?, le respondería que yo no vine al mundo a ser como Moisés, pero si Dios me preguntaría por qué no fui más como Zusha, para eso no tendría respuesta». En su meditación postrera, este hombre religioso deja una enseñanza primordial: si al final de nuestras vidas nos encontraremos con Dios, lo único que importaría es si fuimos quienes vinimos a ser. Esta es, en última instancia, la libertad fundante de cualquier otra.

    Los cinco rehenes, Magalli, Humberto, Claudia, Omar y Pedro, para seguir siendo ellos mismos, debían pararse como protagonistas en el centro del escenario de sus vidas y volar hacia la libertad, aunque ello implicara el riesgo de un trágico desenlace. No hacerlo, hubiera supuesto actuar como hipocritas —en el sentido griego de la palabra usada tanto para los actores que representaban personajes, como para quien finge ser quien no es—, frente a quienes, en el rol de tiranos, habían querido arrebatarles el protagonismo de sus verdaderos destinos. «La libertad es esencialmente un asunto de dignidad y requiere determinación y coraje», fueron las palabras que Pedro Urruchurtu pronunció en el Foro de la Libertad de Oslo, el 27 de mayo de 2025, solo 21 días después de haber salido del país, junto a sus compañeros. Después de un año con privación de todas las libertades ciudadanas, el desenlace de esta afrenta terrible —que no es el final de esta gran obra por la libertad de Venezuela— fue insigne. Como si cada uno de ellos mostraran, con García Lorca, que «En la bandera de la libertad bordé el amor más grande de mi vida». La visión inicial para conquistar la libertad puede provenir del resplandor que nos rodea, si sabemos mirar los símbolos que aletean a nuestro alrededor, o puede anidar adentro, si nos detenemos a Hurgar allí. Las alas pueden crecer si no nos dissolvemos en la desolación, cuando eso sea posible. Sin embargo, es preciso asumir que la libertad es un asunto de perseverancia, de esfuerzo sostenido, de perennidad, y en un mundo gobernado por la velocidad, lo efímero y el corto plazo, esa narración constante que construye libertades, se reduce ante el dato instantáneo, incesante e indigerible: urge estar atentos a los irresistibles cantos de sirenas de los mares digitales (donde abunda la información, pero escasea la reflexión), que se pueden convertir en la nueva alucinación de poder absoluto. Lo que nos ciegue frente a los límites de lo propiamente humano, invocará la aparición de Némesis, las veces que haga falta.

    Lo reiteramos: no estamos solos en nuestras tribulaciones, especialmente las que atañen a las amenazas a la libertad, si nos dejamos acompañar de los saberes que nos legaron quienes desde la distancia nos observan y esperan no poco de nosotros, de lo que en el presente podemos tejer con las imágenes que se nos siguen revelando, si inclinamos la cabeza y cultivamos una silenciosa actitud contemplativa, preparación necesaria para adentrarnos en el bullicio del mundo.

    Y los venezolanos nos sentimos particularmente acompañados (después de años de ser ignorados o traicionados) desde que ocurrió el segundo evento al que quiero referirme. Fuimos reconocidos con el Premio Nobel de la Paz 2025, pues con generosidad la laureada de este año, María Corina Machado, nos lo dedicó con estas palabras: «Para los que no se rinden nunca; para los que eligen la libertad como camino a la paz cuando todo los empuje al odio. Es para ti, es para mí, es para todos». La Academia Noruega en esa escogencia ejerció un acto cargado de belleza y libertad, como si la contundente afirmación de Martin Luther King jr., «Llega un momento en que el silencio es traición», retumbara, por fin, alto y claro en este momento. «Venezuela está en el umbral de la victoria», expresó también MCM, a horas de haber conocido la noticia. Y sabemos que si, efectivamente, estuviéramos en ese lugar —el umbral— es, parcialmente, resultado de la rotunda presión política y militar que ha desplegado recientemente el actual gobierno de Estados Unidos (difícil de interpretar de una única manera), sí, aunque solo después de años de desgarradores esfuerzos de la sociedad civil venezolana, después de décadas de sufrimiento, de actuaciones políticas erráticas o cómplices, pero igualmente años de creatividad, de resistencia y de resiliencia en la búsqueda de su libertad para, entoncespoder alcanzar la paz.

    Cuando a Albert Camus, premiado con el Nobel de la Paz en 1957, le correspondió leer su discurso de aceptación, refiriéndose a su generación, dijo, «Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia». Y no podemos evitar sentir que su resonancia nos alcanza a esta generación de venezolanos que hemos padecido los horrores del desmantelamiento casi total del país y que nos hemos sabido forjar más de un arte frente a tanta catástrofe doméstica.

    Reconocer la belleza en el arte, en la ética encarnada en vidas inspiradoras y en la naturaleza misma, nos dotará de los hilos de Ariadna que nos permitirá internarnos en los laberintos que a cada uno nos traiga la existencia, terminar con los minotauros que atenacen nuestra libertad y regresar a la salida habiendo ensanchado, responsablemente, las posibilidades para todos los demás. Ello sería producir milagros, mediante nuestro actuar en el mundo, de acuerdo al ovillo que nos legó Hannah Arendt. Buscar en lo terrestre y en lo celestial maneras de preservar la libertad que nos definen, es y será nuestro destino común, hasta que sintamos en los tuétanos que estamos hechos de materia divina, esto es, libre. Porque, de nuevo acudiendo a las preguntas cargadas de fertilidad de Han Kang, «¿Acaso no debemos sobrevivir al final?», «¿no deberían nuestras vidas dar fe de la verdad?». Proponer respuestas a esta última pregunta es el propósito esencial de estas reflexiones. Necesitamos disponer de más de vías para mantenernos dentro del territorio de lo verdadero, canales que nos protegen de la ubicuidad de la mentira y la manipulación que nos envuelve hoy día. Necesitamos acompañar la vastedad que ha alcanzado nuestro intelecto con la sabiduría, ya desde allí, con lo sagrado. Hay maneras de vivir, en el arte y fuera de él, que evitan el desamparo y preservan la libertad de lo que somos: «Y, sin embargo, nada en el mundo puede impedir al hombre, nacido para la libertad, que jamás, por lo que sea, pueda aceptar la servidumbre…», de nuevo acudiendo al indoblegable convencimiento de Weil. Es imprescindible, pues, aprender a cultivar de esas maneras. Hay una enorme belleza en ello.

    Los venezolanos, estos que hemos pasado de la ignominia de vivir bajo varias dictaduras a reconquistar la libertad una y otra vez, no podíamos olvidarnos de quienes somos, porque al parecer nuestros fervores siguen en pie y porque no estamos hechos para la servidumbre, aunque haya tramos donde nos ha poseído la amnesia:

    dictadura

    Rafael Cadenas

    De cada hora sale un grito.

    La historia nos persigue con sus botas.

    No hay un día que no esté salpicado de sangre,

    Pero hay fervores que siguen en pie

    ¿Aprenderemos por fin?

    Referencias

    Alexiévich, A. (2015). La guerra no tiene rostro de mujer.. Debate editorial.

    Alexiévich, A. (2016). Los muchachos de zinc.. Voces soviéticas de la guerra de Afganistán. Debate editorial.

    Frankl, VE (1991). El hombre en busca de sentido. Pastor.

    Han, B. (2023). Vida contemplativa. Elogio de la Inactividad. Tauro.

    Kafka, F. (1983) Consideraciones acerca del pecado, el dolor, la esperanza y el verdadero camino. Editorial Teorema.

    Kang, H. Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura. 2024.

    Poe, E. (2016). Cuentos Completos. Clásicos del pingüino.

    Sófocles, antígona. (2014). Editorial Gredos.

    Weil, S. Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social. Paidós, Barcelona. 1995.