Javier Milei lo intentó por primera vez con el fantasma del comunismo, pero en un país donde el comunismo nunca ha tenido un dominio real, ese miedo nunca echó raíces. Por eso, en los últimos tiempos, ha estado aterrorizando con la idea del “Riesgo Kuka” – ese funcionó.
El Riesgo Kuka sería la versión local del supuesto avance comunista que, según el presidente Milei, recorre el mundo y que, en Argentina, habría cooptado al peronismo y a políticos como Horacio Rodríguez Larreta –entre otros marxistas al acecho en las filas de macrismoRadicalismo y otros partidos.
De lo que estamos hablando es de una versión actualizada del miedo histórico al peronismo que, durante décadas, ha permeado a los sectores medios y medios altos de la sociedad. Es el miedo al avance de las clases bajas y medias bajas lo que históricamente ha representado el peronismo, que son vistas como una amenaza a sus derechos y forma de vida.
Así como el peronismo lee el pasado para explicar el presente en función de sus necesidades y enemigos ocasionales, el antiperonismo está en construcción desde los años cincuenta, un fantasma que ha ido cambiando con el tiempo pero que aún conserva el mismo espíritu amenazador que en sus inicios. Los peronistas incondicionales incluso disfrutan y hacen uso de esta antigua confrontación: “Lo que hizo grande al peronismo es el antiperonismo”, afirman.
A su vez, los antiperonistas acérrimos están convencidos de que se fortalecerán manteniendo vivo al peronismo, pero derrotado. Por ejemplo, apuntalando la centralidad de Cristina Fernández de Kirchner, una mujer condenada que no puede ni podrá presentarse a ningún cargo electivo.
No todos dentro del peronismo se sienten cómodos con esta bipolaridad nacional que los convierte en protagonistas y paraliza el surgimiento de nuevos liderazgos. De hecho, muchos sienten que el propio peronismo ha sido tomado por el kirchnerismo, al que ven como una especie de pseudoperonismo formado por sectores de clase media, independientes e intelectuales, sociológicamente separados de las bases tradicionales del partido.
En los días posteriores a la derrota electoral del mes pasado, el debate resurgió con más fuerza. Son las voces de los alcaldes y dirigentes provinciales de la provincia de Buenos Aires las que señalan a Fernández de Kirchner y a la organización juvenil La Cámpora como los responsables de imponer un techo al crecimiento potencial de una nueva oposición liderada por el peronismo.
Algunos de esos peronistas no kirchneristas ya abandonaron el partido y crearon sus propios grupos en provincias como Córdoba, Salta y la provincia de Buenos Aires; otros se han sumado al PRO o a diversas fuerzas locales; otros permanecen dentro del Partido Justicialista, actualmente presidido por Cristina, aunque ya no reconocen su liderazgo, y menos aún el de su hijo Máximo Kirchner, jefe de la sección del PJ en la provincia de Buenos Aires.
La agitación partidista dentro del peronismo tras la derrota refleja las dudas e incertidumbres que atraviesan el electorado que forma parte del 60 por ciento que no votó por Milei el domingo 26 de octubre. A diferencia del fantasma del comunismo, el Riesgo Kuka La narrativa se estancó porque contiene elementos que son verdaderos, o al menos creíbles.
Además de los antiguos temores de clase, existen temores racionales, como el regreso a una inflación galopante y el trauma de la era “piquetera”, cuando millones de personas enfrentaban el caos diario de un Estado ausente de los espacios públicos. Es también la memoria de un poder político que castigó a quienes pensaban diferente y avergonzó públicamente a los disidentes; que se obsesionó con los medios y los periodistas críticos y utilizó la publicidad estatal como arma política. Es el recuerdo de una época en la que todos los debates estaban ideologizados y los gobernadores eran presionados financieramente para garantizar su apoyo.
Para ser justos, se podría decir que el Riesgo Kuka no es tan diferente del “Riesgo Milei”, lo que llevó a una mayoría de la sociedad a votar en su contra.
Las fallas institucionales atribuidas a Fernández de Kirchner y lo que ella representa no son peores que la degradación republicana promovida durante estos últimos dos años desde lo más alto del gobierno. En el caso del Riesgo Milei, la caída de la inflación y el mayor orden público quedan más que compensados por el espectro de la recesión iniciada hace seis meses, la pérdida de poder adquisitivo, el aumento del desempleo y los rasgos personales de un presidente entrenado en la crueldad, marcado por delirios místicos y una inestabilidad emocional crónica.
Según los resultados electorales, la diferencia es que Riesgo Milei parece haber impuesto al gobierno un techo de alrededor del 40 por ciento, mientras que el Riesgo Kuka ha impuesto al peronismo un techo del 35 por ciento (sumando Fuerza Patria y sus aliados).
El problema para el peronismo es que ese 35 por ciento -que hoy marca su techo electoral- representó históricamente su piso. Por encima de eso, un 10-15 por ciento adicional provino de sectores no peronistas (pero no antiperonistas) atraídos por discursos más moderados y un liderazgo renovado. Así ganaron Menem en 1989 (47,5 por ciento) y 1995 (50 por ciento), Fernández Kirchner en 2007 (45 por ciento) y 2011 (54 por ciento), y Alberto Fernández (48 por ciento) en 2019.
El problema es que, después de 12 años de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner en el poder, la palabra kirchnerismo empezó a cobrar un significado negativo. En las elecciones de 2015, el peronismo obtuvo el 37 por ciento y fue derrotado por Macri en la segunda vuelta. En 2017, la propia Cristina ganó un 37 por ciento en la provincia de Buenos Aires y perdió ante el entonces desconocido Esteban Bullrich. En 2019, tuvo que hacerse a un lado de la cima de la lista presidencial para nominar a alguien que alguna vez había sido un duro crítico suyo y que podía recuperar a los votantes moderados. En las elecciones intermedias de 2021, el peronismo volvió a su techo del 35 por ciento y perdió ante Juntos por el Cambio. Y en las elecciones presidenciales de 2023, Massa obtuvo el 37 por ciento en las primarias, para volver al 35 por ciento en las recientes elecciones legislativas.
Desde hace una década, Fernández de Kirchner y quienes están alineados con ella han sido, justa o injustamente, un símbolo negativo para la mayoría de la sociedad. Así como hay un núcleo duro (¿20-25 por ciento?) que la respeta o idolatra, hay amplios sectores que nunca más votarían por ningún candidato respaldado por ella.
El Milla de RiesgoEs posible que siga creciendo durante los próximos dos años, pero es muy probable que el techo del 35 por ciento que impide que el peronismo gane en la primera vuelta lo vuelva a ver derrotado en una segunda vuelta en 2027.
Se podría decir que si Cristina quisiera que el próximo gobierno no fuera libertario o antiperonista, si realmente deseara un modelo económico más inclusivo en lugar de excluyente y si todavía esperaba recuperar cierta respetabilidad de su época como presidenta democrática, entonces lo que más le convendría sería renunciar al papel central al que se aferra. Realizar una retirada creíble y digna que abra el camino a nuevos líderes. No apoyar a nadie ni vetar a nadie. Dejar que otros actúen, para tener éxito o fracasar, para criticarla.
Quienes la conocen bien dicen que eso sería imposible. Que es inteligente y pragmática, pero que no está en su ADN ceder el poder ni distanciarse de la conformación de listas y espacios políticos. Si ese es el caso, entonces la única manera en que sus herederos –los que se autodenominan peronistas, los que alguna vez lo fueron y los que, sin serlo, los apoyaron en cada elección– pueden aspirar a ganar nuevamente será confrontarla políticamente y derrotarla.
Aunque ella no lo crea, en realidad le estarían haciendo un favor. Bien podría ser la última oportunidad que tenga el peronismo de volver a ganarse a la mayoría de los argentinos.