JAIME LÓPEZ SANZ, HANNI OSSOTT Y MARÍA FERNANDA PALACIOS | VASCO SZINETAR“María Fernanda Palacios no dejó de ser un arraigado referente, su intuición poderosa, su sabiduría pedagógica, su humanidad solidaria, su sabor y saber de las cosas del alma, su certeza acerca del valor de los afectos”.
Por FRANCISCO PANCHO SALAZAR
“Bedeckt mich mit Blumen, ich sterbe vor Liebe” (Cubridme con flores, que muero de amor)
Emanuel von Geibel
Hugo Wolf compuso música para estos versos, un detalle de su ciclo “Spanische Lieder” (Canciones Españolas), Dietrich Fischer-Diskau las grabó y María Fernanda les puso en luz para mi alma. De eso ya ha transcurrido algún tiempo y esa luz no se apagó, sigue encendida como los fuegos de Hestia, multiplicada se esparce en otras almas, porque el amor es así, una verdolaga. Pero María Fernanda también regaló sombras espléndidas, luces y sombras que ella regó por todo el camino real, y por los caminos aledaños, tangenciales, los rurales, las rutas menores del alma. Ella nos ha mostrado la posibilidad del “hacer alma” permitiendo que se inflame como el enorme pañuelo preñado de viento de un velero antiguo. Y a admitir con humildad que en esa alma caben multitud de contrastantes claroscuros, desde las terribles angelidades de Rilke hasta los recónditos Demonios de Dostoievsky, desde la angustia irresoluta de la Novena Sinfonía de Schubert hasta los entusiasmos telúricos del Cante Jondo, desde la hermosura en los colores de Mercedes Pardo hasta los espejos, rincones y silencios de María Eugenia Alonso. Aprendimos a cazar imágenes como quien caza mariposas o peces abisales, todo, para la Vida del alma y la Virtud de los afectos. Y aquí intentaré hablar desde esos afectos, no pretendo ser dueño de las habilidades necesarias para discurrir en la obra literaria de María Fernanda. Yo no tengo vanidad… al menos esa. Es decir, estas palabras que quizás alguna ventolera se hará carga de ellas, como le hubiera gustado decir a Scarlett O´Hara, son imaginación personal, de repente una atrevida declaración de amor y una manera de agradecer tanta generosidad.
El jazmín de Minomicona
“Yo vengo regando flores por todo el camino real,
Regálame tus amores para venirte a buscar.
Chupacaña rezaba así, como si desde el desarrimado Coro percibiera los aromas del jazmín de Micomicona. Y es que un Jazminero Estrellado, en los decires de Rufino Blanco Fombona, imponía su garbo y dulzura desde las alturas del arco de entrada de la casa que habitaba Mafer junto a su familia y contaba, arrebolada de amor, la poeta Merilú Sananes, que en sus épocas de estudiantes, María Fernanda solía vestirse de blanco y que al salir de casa arrancaba una estrella del Jazmín que se arrebozaba en el pecho y ya pues… uno no sabía quién era la flor, si la joven o la estrella. Memorias raptadas a la entrañable poeta y hechas propias. Y fue así que ya antes de comenzar a entrever los inabarcables misterios de la “imagen”, entreverados en las líneas de un “stencil” que la para ya entonces profesora Palacios nos facilitaba, y gracias al abrazo afectuoso de la profesora Sananes, sin saber sabiéndolo, nos Iniciaban en la tarea infinita de lidiar con los contrapuntos a todas las voces de la Imagen. Y como escribe la propia María Fernanda, “…ese objeto abraza al sujeto que se le aproxima”, entonces nuestra irresponsable imaginación generó otras, ¿en cuál recodo de Tierra de Nadie espera agazapado algún Hades, mapanare dispuesta a morder el tobillo de esa ¿Kore caraqueña? ¿Estaba ya la Doncella Criolla anunciando los preámbulos de su Mitología? María Fernanda regando flores por el Camino Real que la conduce a la Universidad, la bienamada, la Central de Venezuela ya la Escuela, nuestra casa de sombras vencedora, bajo las miradas ultramundanas de Chupacaña y de Hugo Wolf, Machado les comentaría que “se hace camino al andar” y algún asomado como Hesíodo complementaría diciendo “oye… ese hubiera podido ser un buen epígrafe para la Odisea del maestro Homero”, y todos celebrarían la ocurrencia mientras extasiados contemplaban el deambular perfumado de la muchacha-flor. Pero Micomicona y su jazmín también desplegaron encuentros difíciles de olvidar, el irregular salón aledaño acogió los primeros balbuceos de la Camerata, de la mano de Isabel, la hermanajay algunas veces, el padre, Gonzalo, solía dilatar sutilmante nuestra retirada para iniciarnos como un brujo en los misteriosos secretos del Cante Jondo, a ver si podíamos entender las diferencias entre los distintos “palos” del flamenco, o en mitad de una fiesta donde hacíamos un poco el ridículo intentando bailar sevillanas, hacía una entrada triunfal la madre, la Nena, quien como una imponente dama de Elche, tersiada con un chalíbero auténtico, pedía espacio mientras decía “a ver, así es como se baila una sevillana”. Allí también conocimos la presencia tutelar de la tía Diana y del tío Oscar, y qué no decir de unas gentes de antología que acompañaban y servían; en particular, guardamos especiales memorias de Margarita y sus insuperables buñuelos. Una humanidad entrañable, generosa, sabia, con disposición alegre de exprimirle el jugo a la Vida.
Letras, la escuela
Aterrizamos en Letras expelidos por el hastío y las convulsiones de la vecina Facultad de Ingeniería y en medio de los dolores de parto de la Renovación. Veníamos intoxicados de derivadas, integrales y ecuaciones diferenciales y de cabeza caímos en un círculo de gente que acomodados sobre la grama de la Tierra de Nadie se pasaban felices un tabaquillo de marihuana mientras escuchaban extáticos las disertaciones no sé si de Cabrujas o del poeta Acevedo. Se trataba del llamado Semestre Negro, el primero dictado desde las ideas de la Renovación y que si mal no recuerdo, al final no fue reconocido oficialmente.
Caos, caos absoluto, Cabrujas dictaba un curso sobre teatro aristotélico, la profesora Rojas daba Lingüística y se mofaba con gracia infinita de la Renovación, Adriano González León nos embutió en un semestre toda la literatura concebida desde los Simbolistas hasta Thomas Mann y Virginia Wolf, el poeta Acevedo trataba de convencernos del valor de la Poesía y los Poetas mientras dibujaba en el pizarrón una especie de amiba que para él era el alma. Mientras tanto la UCV tremaba con su Renovación. Caos. Divino Caos. Y creo que fue la contemplación con la quijada en el suelo de la amiba de Acevedo la que me convenció de quedarme y sucumbir al caos. Cuando medio comenzaba a entender nada, la sátrapa de turno allanó, disparó, apresó y cerró la Universidad. Duros tiempos de espera hasta que la Escuela reabre en una casa en Alta Florida, la facultad de Humanidades regresó a la vida pero desmembrada, atomizada. Caos. El rumbo de la vida era más bien una rumba, pero a quién le importaba eso… La literatura se asomaba en un horizonte prometedor.
Finalmente se regresó a la Ciudad Universitaria y al entrañable pasillo de la Escuela. El caos comenzó a ceder. Y allí María Fernanda inauguró el primer curso de Necesidades Expresivas. Allí estaba todo el mundo, recuerdo particularmente la mirada hermosa e inteligente de Hanni. Las discusiones eran acaloradas, la misteriosa Área III estrenaba sus mejores ajuares. Cada encuentro era un reto emocional e intelectual, pero en el caos ahora se anidaba un cierto y particular orden. Y a partir de esos momentos la profesora María Fernanda Palacios no dejó de ser un arraigado referente, su intuición poderosa, su sabiduría pedagógica, su humanidad solidaria, su sabor y saber de las cosas del alma, su certeza acerca del valor de los afectos…otro privilegio. Gracias a las virtudes de esta mujer pudimos asomarnos al asombro de ENTENDER a Mann, a Dostoievski, a Rilke, para no nombrar solo a tres monumentos, y este ENTENDER con mayúsculas tiene un porqué, y no es otro que el de apreciar la literatura desde las guaridas de lo irracional, de nuevo priorizar el amarre riguroso de la Imagen, y experimentar el hecho literario en las sensaciones incluso corporales, arriesgarse a sufrir la acrofobia ante los abismos del sentir y de los sentidos que la presencia de la Imagen nos plantea. Guardo en la memoria de manera especial un curso sobre Rilke y Mallarmé. María Fernanda nos sugirió escoger a uno de estos poetas, y claro, desde la necesidad juvenil nos sugerimos por el que nadie quería, el francés, sin saber en lo que nos estábamos metiendo. La obra propuesta era el IGITUR, una pieza teatral que al leerla entendimos de inmediato que lo que nos venía encima era un fracaso rotundo. El pequeño ejemplar se nos incrustó debajo del brazo durante todo el semestre, lo leía y releía una y otra vez sin vislumbrar alguna luz, la maestra me recomendó no seguir buscando en la luz, “ninguna cordura soporta demasiada luz”, esa recomendación fue magico. Al fin llegó el día para presentar un examen escrito, sumido ahora en otras sombras, resignado al fracaso total, casi en depresión, me senté en un pupitre abandonado en las afueras del auditorio de Humanidades, allí me dispuse a leer por última vez ese IGITUR de los tormentos, bandadas de Zancudos me picaban a su antojo, pero yo no los sentía, y de repente sin saber cómo, entendí todo, el dragón abrió las compuertas y dejó entrever sus misterios. Subí la rampa de la Escuela como un cohete, rogando que ese entendimiento no se desvaneciera y tomé la hoja del examen y vomité sobre ella todo lo que estaba inundando mi ser. Escribí sin pausas y no me atreví a leer lo que había escrito. Entregué la hoja y me fui a buscar dónde tomarme una cerveza…al menos. La cerveza hizo su efecto y lo que surgió como la ola de un tsunami fue una enorme sensación de gratitud, esa tarde entendí que los afectos pedagógicos de María Fernanda eran una poderosa nave capaz de abrirse camino en medio de los más arremolinados huracanes. Aún hoy conserva esa hoja donde además están las observaciones de ella, un tesoro invaluable. Y ya…medio siglo se ha consumido ligerito desde que estos sucesos tuvieron vida, y este escrito es un homenaje a María Fernanda, e inevitablemente es también un homenaje a su casa, la Escuela, y es que hace medio siglo nuestra Escuela fue un lugar de encuentro de seres. importantísimos, y casi caigo en la tentación de hacer la lista, pero son muchos y no estamos para excesos…otro privilegio más.
Tío Vanya
“Si quieres trabajar en tu arte, trabaja en tu vida”
Antón Chejov
Hicimos un montaje de Tío Vanya de Chéjov, tremenda experiencia. Mucha gente vino a vernos y eso fue muy satisfactorio. Incluso algunos volvieron y eso también fue satisfactorio además de sorprendente. Pero fue María Fernanda a quien tuvimos con nosotros muchas funciones, algunas más que Jaime, o sea más que a nadie. No puedo imaginar mayor premio o satisfacción. Eso también fue un acto de amor, el tono emocional y el entusiasmo que supo transmitirnos era un regalo divino. Sí, porque Dionisos es dios en nosotros, el dios del teatro y Dionisos es emoción y es entusiasmo. Gracias a ello pudimos intuir que había algo vivo, interesante en ese homenaje a Chéjov. Y Mafer nos lo corrobora. Cuando nos ponemos a dirigir una pieza teatral y tratamos de ser honestos, muchas veces lamentamos la ausencia de alguien que nos dirija a su vez. ¿Cómo saber realmente si lo que estábamos procurando se hizo realidad? ¿Cómo lidiar en soledad con las inseguridades? En Tío Vanya hay un paisaje que contiene los segundos y terceros planos de la historia. Ese paisaje es agreste, una suerte de Arcadia rusa, y está poblado de “daimones”, en particular ese que Chéjov llama “el espíritu del Bosque”. De forma intuitiva sospechábamos que la epifanía de dicho “espíritu” nos daría la certeza de que las cosas iban por el camino necesario. Pero sabíamos que esa epifanía no podía hacerse técnicamente, utilizando algún recurso teatral, no se trataba de utilizar ningún “Deus est machina” para “hacer como que…”. Que el “daimon” apareciera ya no dependía de nosotros, ya era cosa de él. Un tormento… Pero creo que fue en la última función cuando María Fernanda nos dijo casi en secreto que había visto la aparición del “espíritu del Bosque” sin haber hablado de eso con anterioridad. Ella fue en ese momento la dirección que necesitábamos. No importa que haya sucedido en la última presentación, después de eso ya casi nada más importaba. Estamos hablando de un verdadero tesoro, algo así como el tesoro de Alí Babá, tesoro hermético y que toca mantener escondido, en secreto.
Hablar de la banalidad y egotismo imperante en el teatro de hoy en día se ha convertido ya en un lugar común. Deberíamos regresar a una suerte de teatro de las catacumbas, dijo alguna vez Eugenio Barba. Tratar de mantenernos ahí, ni siquiera en el bajo perfil, sino en el no perfil, es una ardua tarea y eso lo aprendimos en la Escuela de Letras de hace 50 años, en su Área III y también en las tutorías de la profesora María Fernanda, y en las cercanías afectivas de Mafer. Y mantenernos allí, pero también atentos a que el trabajo no deje ni un solo momento de ser “interesante”, también lo entendimos desde su ejemplo de vida. Peter Brook culmina en el último capítulo de su libro “Más allá del espacio vacío” hablando de la necesidad del “interés” en el teatro. Habla de la atracción de hoy en día por lo “no interesante” y se plantea el asunto de cuáles podrían ser las motivaciones que hacen que “tanta gente en el teatro aplauda con tanta frecuencia y tan entusiastamente algo que en realidad no les interesa en absoluto”. Pienso que en el mundo de la literatura pasa algo similar y habría que revisar si no en los otros mundos del arte y la cultura.
Para ir concluyendo me permito ofrecer los párrafos iniciales de aquel capítulo de su libro que Brook titula “Y así continúa la historia…”
Escribe Brook en el mejor estilo borgiano:
“Dios, al ver cómo se aburrían todos desesperadamente en el séptimo día de la creación, exprimió otra vez su extraordinaria imaginación para dar con algo más que agregar a la totalidad de lo que acababa de concebir. De repente, su inspiración avanzó aún más. allá de sus ilimitados alcances, y le hizo ver otro aspecto de la realidad: su posibilidad de imitarse a sí misma. Y entonces Dios inventó el teatro. Llamó a sus ángeles e hizo el anuncio en los siguientes términos, que todavía pueden leerse en un antiguo escrito. sánscrito: ‘El teatro será el lugar donde los hombres aprenderán a entender los sagrados misterios del universo. Y al mismo tiempo -agregó con tono engañosamente casual- servirá de alivio a los ebrios ya los solitarios”.
En estos tiempos tan particulares del alma en retirada, vivimos como invaluables las experiencias y memorias de esas grandiosas historias pequeñas que de la mano de hacedores de alma como María Fernanda tuvimos el enorme privilegio de compartir.