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Tuesday, December 23, 2025
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    De la conversación pedagógica: Ensayo y poesía hablada en María Fernanda Palacios

    MARÍA FERNANDA PALACIOS | ALEJANDRO SEBASTIANI VERLEZZAPor RAFAEL CASTILLO ZAPATA

    “Todas las artes son capaces de duende, pero donde encuentra más campo, como es natural, es en la música, en la danza y en la poesía hablada, ya que éstas necesitan un cuerpo vivo que interprete, porque son formas que nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos. sobre un presente exacto”, dice García Lorca en “Teoría y juego del duende”. Este párrafo me viene como anillo al dedo para bucear en el remolino de la poesia hablada en que consiste una clase de María Fernanda Palacios, maestra universitaria.

    García Lorca habla de la poesia habladapero bien pudiera haberse referido a la conferencia que él mismo estaba dando. poesía habladapodríamos decirnos, puede que sea lo que ocurre a veces en una clase, o en ciertas clases de las que suele dictar la profesora Palacios, clases que constituyen, ciertamente, el curso de un discurso que exige “un cuerpo vivo que interprete”.

    El conferenciante, o el maestro que imparte y comparte una clase, también interpretan lo que dicen con el cuerpo vivocon el cuerpo vivo de la carne y de la sangre y con el cuerpo vivo del lenguaje, de la palabra dicha, de la palabra entonada, paladeada con el gusto de su fraseo. Porque una conferencia puede ser un canto, un cantecomo las del propio García Lorca, rebosantes de duende. Como las clases de María Fernanda Palacios, por su parte, pienso.

    El poder hipnótico, el poder hechicero de una clase de María Fernanda Palacios tiene que ver, sin duda, con el peso de lo tonal. Lo que pesa y hace peso en las palabras dichos y las dispone y predispone para resonar provocando revelaciones sensibles repentinas es, precisamente, el tonoel modo como están dichos, su fraseo, su regodeo vocal, su entonación, su hijo dinámico, con duende.

    En esa palabra dichaen ese discurso habladolas “formas nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos sobre un presente exacto”. Esta última frase que corona perfectamente un párrafo perfecto es otra forma sintética y oblicua de referirse a la potencia germinal de la palabra hilvanada en el aire de la ocasión, del instante cargado de promesas impredecibles e imprevistas donde tiene lugar la ocurrenciael golpe de suerte de la ideación y de la imaginería que provoca un chispazo revelador que luego se coagula como verdad halladacomo regalo, como don, como gracia.

    Como en el ensayo, la palabra dicha en la conversación amistosa o en la conversación pedagógica es una palabra que tantea, que va tanteando en busca de sentidos: la conversación pedagógica es realmente rica y productiva no cuando repite cosas sabidas y orienta su hacia deriva un sentido que ya conoce de antemano, sino cuando se entrega a la potencia de azar de su propio devenir, de eso que Palacios llama vaivende ese ir de verso en verso del versar que es conversar, hablar con otros, frente a los otros, y que convierte a la conversación pedagógica, ciertamente, en un ensayo en acto, por así decirlo, en un ensayo –un tratar, un tantear- que se va armando en el aire, sobre la marcha, a merced de lo impredecible.

    “En lugar de ideas construidas, en lugar de la corpulencia del pensamiento conceptual, el ensayista es maestro de la debilidad y sabe pasar con suavidad sobre su objeto, sin agotar nunca ni el tema ni al lector”, escribe nuestra profesora. En una clase, en efecto, nunca se agota un tema, a menos que uno llegue ya agotado a darla, o vaya con el tema agotado de antemano, ya gastado y acotado, con un conocimiento conocido y consabido, prejuicioso o consagrado. La clase dichosa, la clase generosa, la clase que brinda fruto y cataliza efervescencias creadoras entre todos los que participan de su juego, es la clase que se asume, de antemano, infinitamenteinterminable; la clase que, en principio, a decir verdad, presente que no va para ninguna parte, porque nadie que intente pensar productivamente sabe a dónde lo van a llevar, por así decirlo, los pensamientos; o mejor, a dónde lo van a llevar las palabras con que piensa que piensa y que en verdad lo piensan mientras va pensando. Porque sólo cuando somos, en efecto, de este modo radical, sujetos de la palabra, sujetos Delaware palabra, sujetos sujetos a su devenir inabordable, nos ponemos en condiciones de dar con una revelación iluminada que se convertirá en auténtica sabiduría. Y las clases de la Palacios, ciertamente, son así: portentosos ensayos que se escriben en el aire de una atmósfera donde todo se confabula para que aparezca el duendepara que estallen las palabras endemoniadas que son las únicas que nos asoman al único conocimiento que vale la pena, el conocimiento de lo misterioso que nos deja eternamente insatisfechos, en ascuas, empujados a seguir en la deriva, probando, tanteando, especulando, por siempre jamás.

    el maestro ensayista sabe que no domina nada. Y se deja llevar por su desamparo, sin que por esto pierda la razón, o se pierde para ella. Lo que ese maestro propone y presupone es la experiencia de otra razón, de otra razón, de otro modo de lidiar con las palabras, con el saber que su sabor desprende.

    Y con tanto talante de ensayista dicta la Palacios sus clases, con ese dejo escéptico de quien se aplica a sí mismo todo el tiempo el dardo sagaz de la ironía, que ella misma pone en duda la condición misma de su profesión. Cuando los Palacios profesoraen efecto, desmiente toda convención profesoral corriente, porque si ella profesoralo hace sólo como ensayista confesa, es decir, acercándose a su objeto “a través de imágenes e intuiciones”.

    Así es como funciona una clase suya como ensayo, una clase que es tanteo a través de imágenes e intuiciones, donde las ideas siempre vienenes decir, advienenestán por veniry, por lo tanto, no están dadas de antemano, no se va a reafirmarlas como si ya se las tuviera y se las retuviera y contuviera, sujetadas, ya sabidas, sino a tentarlas ya intentarlas, a hacerlas venir sin esperarlas, que es el modo como en realidad llegan. ellas –reveladas- cuando tienen verdadero peso y trascendencia, cuando tienen duende y cuando portan y transportan su demonioregalándonos pletóricas su brujería.