32.3 C
Buenos Aires
Tuesday, December 23, 2025
More

    Querida María Fernanda

    MARÍA FERNANDA PALACIOS, POR CORINA MICHELENATextos de María Pilar Puig, Carmen Soutiño e Irma Chumaceiro

    María Pilar Puig Mares

    Para María Fernanda

    Hoy es 26 de octubre y nuestra muy querida María Fernanda Palacios cumple 80 años. Todos los que la queremos, tanto los que aquí escriben como los todavía más numerosos que por diversas razones no han podido participar, queremos felicitarla y decirle, una vez más, cuánto la queremos y lo importante que ha sido en nuestras vidas, no solo como maestra sino. como guía, amiga, apoyo…

    el Papel Literario y su director, Nelson Rivera, desde hace tiempo acarician la idea de ofrecer a Mafer una edición en su elogio; la fecha seleccionada, la de su celebración, no puede ser más auspiciosa porque este es uno de esos días en que lo único que importa es el cariño. Quizás por esta razón, algún lector echará de menos la presencia de artículos sobre su obra; pero, al parecer no ha sido posible escribirlos ni siquiera por quienes la conocen y han analizado muy bien. Incluso ellos, que iniciaron párrafos con este fin, inmediatamente cambiaron de tercio y la escritura se fue convirtiendo en una suerte de memoria íntima y agradecida, plena de alegría que, desde la distancia del tiempo, y acaso también del espacio, los llevaban a lugares y horas cuando, tan jóvenes y tontoscomo reconoce Roberto Martínez Bachrich, descubriríamos de su mano, eso que no podíamos prever (pues) aquel curso (no importa cual), que contemplaba una breve selección de iluminadas lecturas, muchas del todo desconocido para nosotros, marcaría profundamente nuestras vidas. Creo que no hay en lengua humana palabras para dibujar la sensación primera, lo que aquella clase inicial nos regaló. (Enseñar literatura (o dejar que la literatura nos enseñe). María Fernanda Palacios y “la clase como género literario”.

    Así pues, este homenaje a María Fernanda es mucho más que eso, es el reconocimiento de nuestro agradecimiento y profundo cariño por ella. Querida María Fernanda, sabes cuánto te queremos.

    Carmen Teresa Soutiño

    María Fernanda Palacios: el don de una vocación

    El profesor se encarga de abrir un camino, de entreabrir esa puerta que está dentro de cada uno, para que la “materia” circule en conexión con la memoria y las inquietudes de cada quien..

    María Fernanda Palacios

    María Fernanda Palacios, como se afirma en su biografía, es ensayista, poeta, traductora, crítica literaria y profesora; esta última una vocación de cuya oficio celebra 55 años, años que están entrañablemente unidos a la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Junto con Rafael Cadenas y Jaime López-Sanz, es una de las fundadoras del Área III de esta institución, hoy Literatura y vida. Durante el coloquio realizado con motivo de los 70 años de la Escuela de Letras, Mafer, como también solemos llamarla, nos habló de los fundamentos sobre los cuales se sustentan los estudios de literatura que dieron origen a esta área, fundamentos que, podríamos decir, han permeado en gran medida la forma en que nuestra Escuela aborda el hecho literario:

    Nosotros, la vieja generación de profesores que estamos todavía aquí, aprendimos a dar clases, y nos hicimos profesores a finales de los sesenta, durante la renovación académica, y fue entonces cuando en Letras se fundó el área de estudios que hoy se llama “Literatura y vida”… Pero no hablo de un “departamento”, quiero decir que ese gesto iba en una dirección muy amplia… no implicaba solamente el añadido de unas nuevas disciplinas; se trataba de algo menos estrecho, se trataba más bien de un territorio, de una zona desde donde estudiar las viejas y las nuevas disciplinas: el lenguaje, la historia literaria, los géneros, las formas, las teorías… Estos estudios, transformados ahora en las asignaturas del Área de Literatura y Vida, nació con un fuerte ingrediente que no tiene que ver con suministro de información y sistematizaciones. Ese ingrediente podría llamarse también lección de desengaño y pasión inconforme, una actitud y no una aptitud: la que consiste en no dar por descontado lo humano en el ser humano…

    Por sus clases han transitado diversidad de estudiantes, entre los cuales me incluyo, a los que, como lo expresa el epígrafe de este escrito, nos ha entreabierto las puertas de un asomarse a ese silencio y fuerza insondable que están tras una imagen artística. Para quienes hemos tenido el privilegio de asistir y sobre todo vivir sus clases, sentíamos que con María Fernanda entrábamos a lo que en la antigüedad era la experiencia religiosa del teatro, en la que, a la vez como espectadores y actores, nos era dado sentir en nuestro cuerpo la emoción de esa catarsis; citando a Briceño Guerrero, del “amor y terror de las palabras” al asomarnos a los escenarios y territorios profundos, muchas veces abismales, que conforman una obra de arte, una experiencia en la que se nos pide, como lo exige la frase de Miguel Arroyo ubicada a mitad de la rampa que nos conducía a los salones de clase: “Tienes que aprender a ver”.

    Como espectadores de ese teatro en el que se convertía el salón de clases, sentíamos, junto con los otros estudiantes que llenaban el aula, que las palabras comenzaban a tener cuerpo, a reverberar y penetrar en nosotros. Con María Fernanda y la obra —o las obras— que tocaba visitar ese semestre emprendíamos el viaje de ese aprender a ver que no es otra cosa que aprender a leer, aprender a ser lector, a ser un lector de imágenes. Adentrarnos en la intimidad de ese misterio primigenio que ocurre al traspasar el umbral que nos sumerge en el paraje de las imágenes que habitan los versos de un poema, la prosa de una novela, los colores y formas de una pintura o los planos de una película: “Las imágenes las hace el alma, no el Yo. Es decir, las hace la vida en nosotros”. Leer imágenes implica, en primer lugar, reconocerlas, escucharlas; luego, se trata de observar qué provocan en nosotros, qué conexiones hacen”.

    Descubrir qué conexiones se hacían en nosotros al contacto con esas imágenes era la tarea encomendada a lo largo del semestre y que al final terminaba haciéndose forma en un trabajo escrito. Era “ver” cómo se tejía esa urdimbre cuando la palabra de una obra resonaba en otra que habíamos leído o escuchado no sabíamos en qué momento ni dónde, o cómo esta palabra o frase se encarnaba en imágenes de nuestra propia vida ya transformadas por los años, como decía Rilke, en “sangre, mirada, gesto, cuando ya no tienen nombre y no se les distingue de nosotros mismos”; es decir, las vivencias transmutadas en memoria, en esa memoria a la cual Lezama Lima llamaba “el plasma del alma”.

    Con las impresiones y ecos de las palabras de un libro que iban venciendo nuestras resistencias, nuestros lugares comunes, y penetraban en nosotros cada vez más hondamente, dejándonos al desnudo, en silencio, empezaba nuestro proceso de iniciación, proceso que corría siempre el riesgo de ser abortado por el miedo a quedarnos a solas con esa desnudez y empezábamos a cubrir con comparaciones retóricas, con ideas que nos alejaban cada vez de la obra literaria. Ante este peligro, María Fernanda siempre nos advertía: quédense en las palabras, las imágenes del texto. Como lo expresa el escritor Roberto Martínez en su ensayo María Fernanda Palacios y “la clase como género literario””: “y si aprendíamos era, justamente y gracias a ella, desaprendiendo los viejos vicios, tantos y tan arraigados, a veces, de esos que desvían al lector de la lectura, que lo llevan a pensar o encontrar cosas más acá o más allá del texto, pero alejándose —siempre— del texto. Y ella nos ayudaba a quedarnos.” Así tratábamos de adentrarnos y quedarnos en los territorios de Thomas Mann, con su Doctor Fausto; de Fiodor Dostoyevski, con Los hermanos Karamazov; de Federico García Lorca con su Romancero gitano y sus tragedias, La casa de Bernarda Alba, yerma; de Andrei Tarkovski, estafador El espejo, Andrei Rublev, Acosador.

    El curso de María Fernanda al que asistió por primera vez fue uno de Necesidades expresivas, una asignatura obligatoria que formaba parte del pensum. Nuestra lectura de imágenes se consagró a ahondar en la relación entre el escritor y la obra literaria, sobre su mediación con la muerte y el misterio a través de la palabra. Como el epílogo de una tragedia griega, la breve introducción de su temario nos daba las estelas de lo que recorreríamos ese semestre: “Este curso tiene como centro la imagen del guía de almas (psicopompos) y la imagen como guía de almas. Serie de textos que tratan directa o indirectamente con el mito del arte como intermediario y del artista como guía o “Stalker” entre el mundo y la interioridad del ser humano. Las palabras “alma”, “emoción”, “rapto”, “sentimiento”, “mito”, “fantasía”, “realidad”, “imagen”, “gracia”, “oscuridad”, “memoria”, “soledad”, “intimidad”, aparecerán en las clases inevitablemente ligadas a la vida ya la obra de una serie de autores que tienen en común no un estilo, ni una ideología ni un credo estético, sino una cierta intimidado con el misterio”. A partir de ese momento sus clases, lo que entrañaba estar en ellas, se volvieron para mí en una necesidad, tan es así que me convertí en la figura con la que casi realicé otra carrera, la figura del “oyente”, la del que asiste a un curso por gratuidad solo para vivir en silencio ese aprender. a ver que propicia el sentimiento de la emoción que nace en nuestra interioridad cuando estamos ante una imagen literaria, plástica, que nos ha revelado una epifanía.

    Durante una etapa de mi vida, de luto por la muerte de mi madre, desde ese inframundo en el que el alma suele arrastrarse por el dolor y cuando solo podía ser un espectador de imágenes con cuya compañía transitar ese camino por el Hades, sus clases fueron un refugio y siguen siendo hoy en día un lugar en mi memoria desde el cual oficiar mis rituales de lectora.

    Irma Chumaceiro

    De la amistad y la memoria

    Vuelvo al pasado, cincuenta y más años atrás. La misma Escuela de Letras que hoy nos acoge, entonces, una suerte de cruce de caminos con destinos solo imaginados. Coincidíamos allí, pasados ​​los agitados días de la Renovación y del cierre de la UCV, viejos maestros cuidadores del saber tradicional y su historia, jóvenes profesores con la voluntad de cambiar la universidad y de enseñar otras formas y otras voces de la literatura y nosotros, los estudiantes deseosos de abrazar las nuevas propuestas y de conocer los autores clásicos o novelas que modelarían nuestra forma de vivir la literatura y, quizás, también la vida. De aquellos días, son muchas las experiencias memorables: los nuevos amigos, tan distintos, pero con las mismas ganas de aprehenderlo todo; las largas tertulias en las cafetines como continuación de las clases; la amplitud del campus y los hermosos espacios por descubrir en la universidad.

    Hubo, sin embargo, algo que me sorprendió, y desde entonces cambió mi manera de entender la enseñanza, fue el trato cercano y afectuoso que, a los nuevos alumnos, nos bridaron algunos de los jóvenes profesores, quienes, arropados en la literatura, supieron contagiarnos su entusiasmo y dedicación. De aquellos días de iniciación universitaria nace mi relación con María Fernanda Palacios, primero de profunda admiración y hasta de cierto mimetismo, luego una amistad hecha del día a día, de compartir ideas, proyectos, afinidades y afectos; pero también de comprender diferencias, de encontrar complementariedades y de encarar con sinceridad los desacuerdos.

    Mis primeras clases con María Fernanda fueron de revelaciones y encantamiento, lo clásico y lo disruptivo en un solo respiro. Sus largas y densas intervenciones, las lecturas que nos proponían y que solían acompañar de música y manifestaciones de arte se abrieron para mí un mundo por descubrir, otra forma d e apreciar los lenguajes, sus textos, sus cuerpos y las variadas conexiones posibles entre ellos. El solo nombre de la asignatura, Necesidades expresivasfue desde el primer día la certeza de algo muy distinto, de otra forma de acercarnos a la literatura, no como re-cuento de manifestaciones estéticas – culturales destacadas y entrañables, sino como una experiencia siempre inédita, algunas veces perturbadora y casi siempre. apasionante. Entonces, Mafer, profesora contemporánea con sus estudiantes, hablaba con pasión, cada sesión era otra puerta que nos abría, no solo a la literatura, a la música, al arte, sino a la conexión de estas expresiones con la vida, con la necesidad de ver más acá o más. allá de los libros.

    Luego vinieron otros cursos, mi ingreso como profesora a la Escuela de Letras, nuestras coincidencias en la forma de concebir la universidad, las responsabilidades de dirección: sus altos y sus bajos, los amigos en común, las muchas afinidades y algunas complicidades. En ese terreno ha crecido una amistad alimentada no solo por experiencias, emociones y afectos compartidos, sino también fortalecida por el sueño de una universidad de excelencia, plural, crítica y hasta disidente, si la situación lo exige. Esa universidad que todavía creemos posible por encima de las dificultades, imposiciones y miserias del presente.

    Recientemente, regresó a un curso libre de Mafer en la Escuela: Mímesis y poética. Era viernes a última hora de la tarde, poca luz en los pasillos. Un ensordecedor ruido de fiesta en las cercanías amenazaba nuestro encuentro. Sin embargo, el aula 201 estaba llena: alumnos, profesores y asiduos admiradores de la profela expectativa de una clase muy especial se sentía en el ambiente. María Fernanda tomó la palabra, su tono asertivo y emocionada de siempre se impuso al auditorio, abrazó muchos temas, hasta escenificó algunos, vinculó armoniosamente filosofía, literatura, arte y vida, nos condujo de lo mítico a lo clásico, de lo moderno a lo contemporáneo. Ello con la advertencia de vivirlo todo como presente, como eterno y transitorio a la vez; siempre con el propósito de imaginar y re-imaginar cada experiencia entrañable, atesorándola en una mirada, en un hilo de memoria que pueda devolverla, desafiando su magia, al presente que no cesa.

    Las líneas anteriores, de evocación y afecto, son una muestra de esos hilos de memorias que atan al presente a aquello que se niega a ser ausencia.

    Previous article
    Next article