En la casa de alicia maldonadola Navidad no son sólo chorritos (luces navideñas), ni un árbol vestido de esferas rojas y doradas. allí, la verdadera magia se esconde en un altillo de madera en su techo durante meses, para luego sacarlo de ese rincón y empezar ese ritual que ha resistido al paso del tiempo. Tan es así, que ella se negoció a cambiar el techo por uno moderno porque prefiere “sacrificar la renovación para poder guardar la Navidad”, dice con convencimiento.
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Cada noviembre, cuando el viento anuncia la llegada del fin del año, Alicia inicia un ritual que la conecta con su fe y con su historia. Sube al segundo piso, pide ayuda para bajar las cajas y comienza la ceremonia: limpiar, organizar, montar. No es una tarea rápida; le toma al menos una semana. Cada figura, cada pieza, tiene un lugar y una memoria. Porque en su casa no hay un solo pesebre, hay más de 250.
En sus manos tiene el primer pesebre que le regalaron, con el que todo comenzó. Foto:Camilo Álvarez Peñaloza
Sí, ella lo dice fácil, pero lo cierto es que son increíblemente doscientas cincuenta. representaciones del nacimiento de Jesúsen todos los tamaños, materiales y estilos imaginables. De madera, de cristal, de tusa, de cerámica, hechos por artesanos colombianos, traídos de ferias en Bogotá, regalados por amigas, enviados desde España. Algunos nacieron de sus propias manos, porque Alicia no solo colecciona, sino que también crea. “Me gusta mucho la manualidad”, confiesa, y en sus palabras se adivina el orgullo de quien ha transformado una devoción en arte.
Una tradición que se volvió ADN familiarLa historia de Alicia está marcada por la fe. Creció en un hogar católico, estudió en un colegio religioso y formó una familia donde las oraciones y la misa dominical son parte de su rutina. “Es algo como el ADN de la familia.”, asegura. Su esposo es más devoto que ella, nos cuenta, y reza el rosario y demás prácticas católicas con disciplina. Sus hijos, ya adultos, siguen asistiendo a misa por convicción propia. En ese contexto, No sorprende que la Navidad en esta casa tenga un peso tan especial.
Alicia, admirando sus más de 20 años de colección. Foto:Camilo Álvarez Peñaloza
Esta pasión por los pesebres no nació de golpe. Todo comenzó con un regalo: un nacimiento traído desde España por un amigo cercano, un religioso que fue rector del colegio donde estudiaron sus hijos. “Me fascinó”, recuerda Alicia. Luego vinieron otros obsequios del mismo amigo, y así, poco a poco, la colección empezó a crecer. Lo que al principio fue una curiosidad se convirtió en una búsqueda, en un hábito, en una identidad.
Hoy, cada viaje a Bogotá tiene el propósito de recorrer ferias de artesanías para encontrar nuevas piezas porque “allá hay muchos pesebres”, nos detalla. Sus amigas lo saben y la sorprenden con regalos en diciembre. “Ayer nomás me regalaron tres”, cuenta con naturalidad, como quien habla de algo cotidiano. Porque para ella, recibir un pesebre es un lindo gesto, además de una bendición. “Si dicen que tener un pesebre es una bendición de Dios, ahora tener 250… estoy absolutamente ‘requete’ bendecida”, afirma .
El valor detrás de cada piezaAlicia no colecciona por acumular. Cada pesebre tiene una historia.: dónde lo compró, quién se lo regaló, cuándo lo hizo. Incluso aquellos que se han deteriorado con el tiempo permanecen en su colección. “Así se queda, porque de eso se trata”, dice. No hay espacio para el descarte, mientras ese espacio lo ocupa su agradecida memoria.
Su mirada hacia lo artesanal revela una sensibilidad especial. Valora el trabajo del artesano, la dedicación que hay detrás de cada figura. “Uno puede hacer diez artesanías, pero ninguna es igual a otra.”, reflexiona. Por eso, cuando compra un pesebre, está segura que no adquiere solo un objeto, sino que compra una historia.
La diversidad es otro rasgo de su colección. Hay piezas pequeñas, medianas, algunas más elaboradas, otras sencillas. Prefiere las miniaturas porque le permiten tener variedad sin que el espacio se convierta en un problema. Y aunque ha recibido invitaciones para exponer su tesoro —como una de parte de la Biblioteca Departamental el año pasado—, ha declinado. La logística sería titánica: empacar, transportar, inventariar. “Me siento halagada, pero honestamente no”admite.
Este es el pesebre que armó en la terraza de su casa. Foto:Camilo Álvarez Peñaloza
Cuando llega noviembre, Alicia sabe que es hora de comenzar. Primero organiza el resto de la decoración navideña y, después, se dedica a los pesebres. Para el primero de diciembre, todo debe estar listo. Cada montaje es distinto al anterior; nunca repite la misma disposición. “Siempre es dinámico”, explica. El altillo donde guarda las cajas, ahora es más que un espacio físico, pues es un símbolo de madera y recuerdos donde descansa su colección y la Navidad durante meses. Alicia lo conserva como un santuario, consciente de que sin él su ritual sería imposible; ¿las renovaciones y modernidad? No vale tanto la pena.
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Para ella, sus pesebres son testimonios de fe, amor familiar y dedicación artesanal. Hijo, en sus palabras, “algo absolutamente especial”. Porque no es lo mismo coleccionar llaveros o botellas que reunir nacimientos. Cada uno representa el instante en que, según la creencia cristiana, Dios llegó al mundo. Y Alicia, con sus 250 pesebres, guarda ese instante en un rincón de su casa, como quien atesora incienso, mirra y oro en medio de un largo camino en el desierto.
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Camilo Álvarez Peñaloza, periodista EL TIEMPO Barranquilla @camiloa.ap_20