LA SÚPLICA DE PRÍAMO A AQUILES, ARCHIVO“Este gesto tardío, estremecedor, cristaliza uno de los pasajes más conmovedores de la poesía occidental: el encuentro entre Aquiles y Príamo en el canto XXIV de la Ilíada. Ya el retórico Quintiliano se preguntaba sobre qué epílogo pudo nunca compararse al encuentro de los dos reyes enemigos al final de la Ilíada”
Por FERENC VASS
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En el soturno silencio de una noche de guerra, un anciano rey atraviesa el campamento enemigo, solo, sin armas, sin séquito visible. Príamo ha venido a ver a Aquiles. No para pedir tregua, no para recobrar glorias; Viene a suplicar por lo que es sagrado: el cuerpo de su hijo Héctor. Este gesto tardío, estremecedor, cristaliza uno de los pasajes más conmovedores de la poesía occidental: el encuentro entre Aquiles y Príamo en el canto XXIV de la Ilíada. Ya el retórico Quintiliano se preguntaba sobre qué epílogo pudo nunca compararse al encuentro de los dos reyes enemigos al final de la Ilíada; Más recientemente, estudiosos como el conocido helenista Albin Lesky no dudaron en afirmar con acierto que este célebre encuentro marca además el inicio de la senda del humanismo occidental. En ese abrazo entre dolor humano, memoria filial y la colisión de los destinos heroicos, se revela algo más que la tragedia: la posibilidad de una empatía profunda que, cuando acontece, transforma al héroe y al lector por igual.
El diseño poético de la escena es estremecedor e impactante. Príamo entra al campamento aqueo sin que Aquiles y los suyos lo vean aún; se detiene frente a él, abraza sus rodillas, y se atreve a hacer lo que ningún humano había hecho hasta ahora: besa las manos del matador de su hijo. Un gesto de humillación absoluta, pero también de tremenda dignidad. Nada protege al viejo rey, ningún código ni pacto previo; solo su noble y anciana figura, en actitud de suplicante, y sus palabras han de servir de defensa ante el más temible de los héroes aqueos. Y justamente Príamo corona su angustiada súplica con estas palabras, detonantes de la acción: ¡Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante a los dioses, que tiene mi edad y está en el triste umbral de la vejez…! García Gual, en su fabuloso libro Encuentros heroicos. Seis escenas griegasen el primer capítulo dedicado precisamente al encuentro entre Aquiles y Príamo, señala que, en este momento crucial de la súplica, el recuerdo filial funciona como palanca emotiva: Aquiles recuerda a su padre Peleo, de edad similar, en la vejez, y con esta evocación se moviliza en el héroe la memoria, la identificación de su misma condición humana. Aquiles se conmueve, no solo ante la audacia magnánima de Príamo, sino ante la memoria paterna, y la compasión le obliga a responder con nobleza. su ira —dice el helenista— cede ante un sentimiento superior: la compasión ante el dolor del viejo Príamo, que desarma su feroz ansia de una extrema venganza.. Aquiles cede. No por agotamiento, ni simple debilidad, sino movido por compasión —por ese sentimiento intenso que García Gual ve como clave para entender lo que Homero nos entrega al final: no solo gloria y muerte, sino también reconocimiento del otro, incluso en la enemistad. Interpreta este momento como un umbral: la épica deja de ser solo la canción de la cólera, para ser también una escena de misericordia, de reflexión sobre lo que somos cuando perdemos lo que más amamos. Este es precisamente el elemento que no solo abre el camino en Homero a lo que será el rasgo característico del género trágico siglos más tarde, sino el punto focal que inicia esa senda del humanismo occidental mencionado por Lesky: la universalidad del sufrimiento humano. Sin ese reconocimiento de la condición humana común ante el dolor y el sufrimiento, sería imposible la compasión y muy difícil el cultivo de cualquier otro sentimiento de empatía entre nosotros.
Empateosis
A de esta empatía, me gustaría hacer referencia a una lectura que aborda el mismo episodio, pero con un lente contemporáneo, interesado en la ética del entendimiento humano, hecha por la investigadora Eden Riebling (2024) en su texto. Empatía en la Ilíada 24. Aquí la autora propone un modelo de empatía (ella lo llama empateosis) que el ser humano alcanza en momentos extraordinarios, cuando se conjugan los siguientes cinco elementos: moralidad, epifanía, proximidad, similitud y solidaridad.
La Moralidad está presente en el pasaje cuando Príamo apela a normas éticas —las de la piedad, de los ritos funerarios, de la dignidad— no solo de su condición de rey, sino de padre. En su súplica no hay amenazas políticas ni apelaciones al poder, sino al deber más profundo que sostiene la convivencia humana: el reconocimiento del dolor. Aquiles, al recordar a su padre, también se sitúa en ese marco moral. Esta moralidad implícita en el episodio apela sin más a esas normas no escritas y naturales —como la piedad— que debe observar todo ser mortal, y que están sancionadas incluso por los mismos dioses. Esta moralidad basada en la piedad, como afirmaba la helenista francesa Jacqueline de Romilly en su célebre libro. Héctor (1997), y especialmente la piedad hacia el vencido, es quizás la característica más importante del mejor humanismo griego.
Luego tenemos la epifanía; no en el sentido religioso precisamente, sino como revelación: Aquiles ve —no solo como héroe, sino como ser mortal, vulnerable— la vejez, el dolor ajeno, y reconoce que en ese otro que sufre —Príamo— hay algo que también él es. Esa epifanía transforma lo que hasta entonces había sido cólera desbocada en conmiseración; no borra del todo la ira ni el deber, pero la suspende y la pone en tensión.
Asimismo, otro elemento que facilita la empatía es la Proximidad: física, emocional, identitaria. Príamo se arrodilla, toca las manos del asesino de su hijo. Esa cercanía corporal es símbolo, es rito, es vulnerabilidad compartida. Y la proximidad se también encuentra en la conciencia de la edad, la pérdida, en ese espacio pesado del duelo y del sufrimiento compartido: el padre que teme por el hijo ya muerto, el hijo que recuerda al padre avergonzado también de la vejez, la misma condición mortal. Esa proximidad crea un puente entre los dos.
Tenemos también la semejanza entre los dos personajes. Príamo es viejo, tiene la edad de Peleo; pierde a su hijo; Aquiles también ha sufrido la pérdida de Patroclo y sabe que su padre anciano también sufrirá al enterarse de la inminente pérdida de su hijo, pues su muerte ya está determinada por el funesto hado; los roles se escriben: padre/hijo, asesino/enemigo, sufriente. Esa similitud permite que Aquiles sienta lo de Príamo no como una abstracción, sino como algo cercano. Príamo no solo súplica, sino que recuerda a Aquiles su propio padre, haciéndole ver que detrás del guerrero hay un hijo, un ser humano finito. Esa similitud —de padre, de hijo, de mortal— permite que la compasión surja.
Finalmente, lo que Riebling ve como la calidad última de esta empatía epifánica es la Solidaridad humanos, incluso entre adversarios. Compartir la mesa, permitir el duelo, llorar juntos. Son gestos que no borran la enemistad, pero la suspenden, la humanizan. Más allá de la compasión y del reconocimiento, hay un acto de solidaridad: Aquiles accede, aunque sea parcialmente, al sufrimiento del otro, permite que los ritos funerarios sucedan, reconoce al rival como digno de dolor, dignidad y honor. Ese gesto, compartir la comida, detener la matanza, permitir el funeral, simboliza la solidaridad humana, más allá del bando, más allá de la guerra.
Riebling señala además algo muy sugerente: en la Ilíadaestas epifanías empáticas —estas empateosis como las llamas— suelen aparecer poco después de un momento de comida o saciedad, de comer juntos tras el hambre, tras los cuerpos sometidos al desgaste y al dolor. En este canto XXIV Aquiles sirve personalmente la comida a Príamo, sigue ese patrón ritual que Homero sitúa como puerta hacia la compasión. En este momento tan humano de compartir la comida, tienen la oportunidad además de escrutarse mutuamente. Antes habían llorado juntos. Ahora se miran uno a otro, y ambos admiran la noble figura del contrario. Y curiosamente es el verbo griego. taumázeínael que indica “admiración y asombro”, el que se utiliza repetidamente en este pasaje; el mismo verbo que Platón y Aristóteles usan para asegurar que la filosofía nació de la “admiración” o el “asombro” (García Gual).
identificación múltiple
Otra aproximación igualmente relevante a la hora de analizar este encuentro del canto XXIV es la sugerida por Jonathan L. Ready, en Inmersión, identificación y la Ilíada (2023). En ella resalta que es importante no solamente lo que sucede entre los personajes dentro del poema, sino cómo los lectores (antiguos y modernos) son llevados a identificarse, a situarse dentro de esa escena, a sentirla como propia. Ready estudia los modos en que los lectores se alinean con personajes, no necesariamente con todos los personajes, sino con aspectos particulares de ellos. En el caso de Aquiles y Príamo, podemos identificarnos con Príamo (el padre que ha perdido un hijo), o con Aquiles (como ser doblegado por la pérdida, por la memoria filial, por la posibilidad de ceder ante lo inmenso). Esa identificación no exige compartir totalmente el carácter heroico, sino reconocer ciertas emociones universales: dolor, pérdida, compasión. Ocurre lo que él llama una inmersión espacial, temporal y emocional: el lector se ve inmerso en la escena, gracias al poder del relato homérico que nos hace ver la tienda de Aquiles, escuchar el reproche de Príamo, sentir el silencio, oír el llanto, presenciar la acción de servir la comida. Ready señala cómo Homero alterna descripciones externas e internas, focalización emocional, y escenas que interrumpen la acción bélica para acercarnos al paisaje interior de los héroes. En el canto XXIV esto ocurre de forma culminante.
En este episodio la tensión entre lo épico y lo humano llega a su clímax. Para listo la Ilíada no es solo esplendor guerrero, sino también momentos donde la épica se pliega sobre sí misma, donde los héroes se sienten vulnerables, donde el poema permite al lector reconocer su propia condición mortal. Esa tensión subraya por qué el encuentro final no desdibuja la épica, sino que la enriquece. Homero diseña sus escenas de modo que quien lee “deje de ver simplemente la guerra” y viva la guerra: su brutalidad, su poesía, su horror, su ternura. El lector es arrastrado por la acción, pero también por los espacios íntimos, los silencios, los gestos, las pausas (como en este canto ocurre) que rompen el flujo habitual de la narrativa belicosa. Esta inmersión nos permite, al menos momentáneamente, sentir que estamos junto al padre llorando, o que somos el héroe que recuerda a su propio padre. La Ilíada no empuja al lector hacia un único punto de vista moral, sino que le ofrece perspectivas múltiples, tensionadas: la del heroísmo, la venganza, la compasión, la pérdida, la inevitabilidad del sufrimiento. Esa tensión hace que la escena sea mucho más potente, porque no permite una resolución fácil; es decir, la compasión de Aquiles no es una concesión sencilla, sino trabajada, emergente, cargada de historia.
Ética. encuentro y paz
Al combinar estas tres lecturas —la de García Gual (clásica, humanista, textual), la de Riebling (ética de la empatía) y la de Ready (inmersión cognitiva del lector)— emergen varias conclusiones que parecen especialmente relevantes hoy, en tiempos donde la polarización, el dolor y la violencia nos obligan a pensar en la compasión, la memoria y la humanidad compartida.
Así, la primera de ellas es la Empatía como acto literario y moral. La escena muestra que la poesía ép. ica puede hacer más que celebrar hazañas: puede mostrar la fragilidad humana, el sufrimiento, y abrir espacios para la reconciliación, aunque sea breve. La apelación de Príamo al parentesco humano (el padre que sufre) y la respuesta de Aquiles (el héroe que reconoce en el otro su propio dolor) representan una ética antigua que sigue viva: reconocer al enemigo como otro humano.
Por otro lado, podemos resaltar el lenguaje del rito y de la ceremonia: en la Ilíada el rito funerario, el cuidado del cadáver, el abrazar las rodillas, la mesa compartida, tienen tanta fuerza como la lanza, el combate, o la valentía heroica. García Gual lo enfatiza, Riebling lo incluye en los rituales que hacen posible la empatía, y Ready lo reconoce como medio para la inmersión: esos rituales permiten al lector entrar en el espacio sagrado del duelo.
Además, como hemos señalado al principio, está el papel central de la memoria filial: recordar al padre, recordar a un hijo, es atravesar la identidad humana con su lado más doloroso. Ese recuerdo moviliza la compasión. Para nosotros, que también venimos de familias rotas, que hemos padecido pérdidas, heridas, ese recuerdo tiene una eficacia literaria y emocional enorme.
Por último, podríamos agregar que en todas estas lecturas está enfatizada lo que podríamos llamar la temporalidad de la paz: esa tregua que Aquiles concede para que se realicen los funerales de Héctor, aunque breve, ilumina la posibilidad de tregua entre los humanos, aunque sea en medio de la guerra. Lejos de ser un final edulcorado, es un reconocimiento de lo innegable: todos somos mortales, todos sufrimos. Esa pausa es la que hace memorable el canto XXIV. García Gual lo llama humanismo; Riebling lo llama solidaridad y empatía heroica; Ready lo ve como uno de los momentos que nos permite identificarnos plenamente como lectores.
El gesto de Príamo —arrodillarse, pedir misericordia, cargar consigo su vejez— y la respuesta de Aquiles —llorar, servir, compartir silencio, permitir el duelo— son un itinerario simbólico de lo que podría ser una ética del encuentro. No la ética de la rendición, sino la ética del reconocimiento mutuo: reconocer que todos cargamos alguna herida, que todos fuimos hijos, que todos somos mortales. Que la restauración no requiere una victoria total, sino pequeños actos: una palabra, un gesto respetuoso, una comida compartida, un recuerdo honesto.
El canto XXIV de la Ilíadaen el diálogo entre Aquiles y Príamo, logra algo extraordinario: conjuga lo épico —la guerra, la muerte, la cólera— con lo íntimo —el dolor de un padre, el recuerdo de otro padre, la compasión. Desde la lectura de García Gual aprendemos que Homero no termina su poema solo con el estruendo de las armas, sino con una escena que humaniza, que reconcilia al héroe con su condición mortal. Con Riebling vemos cómo ese humanismo se articula mediante empatía moral: proximidad, similitud, solidaridad. Y con Ready entendemos cómo somos invitados, como lectores, a entrar en esa escena, a reconocer en ella algo propio.
Humanismo es compasión
Ese encuentro no es mera literatura antigua. Es una lección aún vigente: cuando la ira había alcanzado su punto máximo, cuando el dolor parecía insuperable, el héroe se conmueve, cede, hace lugar a la dignidad del otro. Esa rendija de luz y de humanismo es la que ha permitido que la Ilíada siga hablándonos con una actualidad sorprendente. Porque al final, cuando Príamo se atreve a decir: ha de hacerse lo que ningún humano antes se había atrevido: besar la mano del asesino de su hijo; y cuando Aquiles, recordando a su padre, recuerda también su propia fragilidad, nosotros, lectores siglos después, somos convocados también a no olvidar la nuestra. En este canto presenciamos en definitivo el triunfo de la compasión. Por encima del odio y la venganza jurada se impone la visión del enemigo como un ser humano, y en la imagen del otro se refleja la imagen de un ser querido. (García Gual). Esta victoria, aunque sea momentánea, del humanismo sobre la crueldad y la destrucción a partir del reconocimiento compartido del dolor, del sufrimiento y de la finitud de la condición humana, es el mayor y más moderno aporte de Homero en el final de su Ilíada. Pero a nosotros como lectores contemporáneos nos asalta inmediatamente la pregunta: ¿Cómo leer esa propuesta de compasión en el poema en tiempos en que a veces la violencia se normaliza, en que el “adversario” es habitualmente demonizado y deshumanizado a través de la burda propaganda patriótica y de la apología de la guerra? Este encuentro heroico nos propone no abandonar la capacidad de ver al otro, de llorar con el otro, de reconocer en su dolor una parte de nuestro propio ser. En estos tiempos en que proliferan los silencios ante la injusticia, en que el otro se vuelve enemigo demasiado pronto, ese canto nos pone en guardia: recordar al padre, al hijo, al dolor compartido, puede ser un acto subversivo, pero sanor. Puede ser principio de reconciliación, incluso si la reconciliación no borra el daño. Y recordarlo, leerlo, compartirlo, quizás sea uno de los actos más humanos que podemos cultivar.